los tiempos circunstanciales




Cuando yo abría la ventana, esa ventana que traía todo el sol de los andes colombianos, esa ventana desde donde lo único que se veía eran las dos casas vecinas con sus patios y sus antenas, las notas de la música popular que cantaba a gritos llegaban hasta los barrios bonitos donde no podía vivir, porque así era la vida, había nacido obrera y antes de ser eso malo o bueno, apenas era una conciencia de ser diferente de los que vivían a pocas cuadras en casas nuevas y planeadas, con closet para todas las habitaciones, con tres baños, con áticos.

Mucha gente en Colombia me negó la posibilidad de encontrar otras lices que pudieran abrir ventanas y cantar Victor Jara y rage Against the Machine hasta el cansancio, muchas personas e instituciones han callado la crítica por tildarla de mamerta, de un revolucionarismo trasnochado y aburrido. ¡Allá van los revolucionarios, esos de mochila y libros de Benedetti! un reconocido periodista que lleva mi apellido, me acusó un día de ser una muchachita que se podía enamorar con Joaquín Sabina y tres poemitas de Galeano, eso me lo dijo después que yo le hiciera una crítica sobre el consumo cultural o la internet y el difícil acceso de las personas de los barrios marginales, lo decía con conocimiento de causa y el hombre me respondió con causa de ojo de macho, corazón de patriarca. Alguien un día me contó que en la escuela de sociología me decían idealista, otra compañera fue directo al grano y me dijo ya de profesional que debería estar feliz porque al fin trabajaba por mis pobres, un amigo del alma concluyó un día que a mi lo que me gustaba era besar las bocas de los niños con mocos. Como por si fuera poco la escuela de sociología me llamó trabajadora social en un intento fallido de hacerme sentir mal porque no considera el trabajo social como ciencia sino como profesionalización de la asistencia social. La vida y mis amigos y amigas de TS me han demostrado que no es eso únicamente.

El sistema calló a la idealista que venía del barrio obrero y estaba llena de ganas por cambiar el mundo, perdí mi habitación propia. Tuvieron que pasar muchos años de trabajo e investigación, muchos amigos muertos y desplazados, el asesinato de mi prima, la muerte en extrañas condiciones de mi primo, tuve que volver un día a mi casa del barrio a votar para darme cuenta que había perdido el rumbo. Y fue ese glorioso 12 de octubre, al otro lado del Atlántico, a 84.000 kilómetros de casa, lejos del mundo que era mi mundo para que yo fuera de nuevo la niña al frente de la ventana de la casita obrera. Son como dice Pedro José tiempos circunstanciales.

Cuando ese día abrí los ojos en un pestañazo de tres segundos habían muchas lices a mi alrededor, mujeres que cantan sin corazas Victor Jara, mujeres que denuncian injusticias, con megáfonos en sus manos y libros de Mignolo, de Appadurai, de Said y de Restrepo, hombres que se reconocían abyayalanos, ojos indios, orgullosamente indios como los míos, que recordaban a Katari y a Manuel Quintín Lame, mujeres de voces fuertes y andares dulces, hombres decididos a romper las distancias que nos alejaron de nosotras, que lloran, que besan suave, que no alzan la voz sino en la plaza. Entonces lloré porque por primera vez sentí que no estaba sola, que no estaba loca, que no era una mamerta trasnochada, que pertenecía. Vine a exiliarme y encontré una familia, de toda la América, de toda Abya Yala.

Y como por si fuera poco no sólo tengo mujeres que vibran al mismo latido de mi corazón mestizo, no solo tengo una fuerza que me está desbordando las emociones, tengo un hermano que creció al otro lado allá en la Nicaragua liberada y tengo también espejos maputxes que me abrazan mientras escuchamos lo mejor de Inti Illimani, tengo ese metal latinoamericano en la guitarra de un amigo catalán, tengo esperanza. Pero por desgracia no es mi plena realidad, es mi huida y esa es la tristeza del exilio, todos y todas estamos aquí viviendo una ficción que cada día que pasa deja de serlo. ¿qué hacer con estos tiempos circunstanciales?

Mi pelea no es marginal, mi lucha no es únicamente mía, ahora se que se mueve lento pero vamos caminando. Siento una tristeza enorme por mi país, me duelen las lágrimas de la gente que no tiene oportunidades, me duele la angustia de las personas que están en medio de la guerra, me duele tan profundo los líderes que asesinan, la gente que abandona la tierra, los que nunca la han tenido, me duelen las mujeres y los niños violados y masacrados, todo adentro me duele y con ese dolor añejo y apasionado salgo a la calle a decir no más. Yo solamente soy humana y me cuesta construir enemigos.

Pedro José dice que lo peor para hacer nuestros cambios sociales es el romanticismo y estoy de acuerdo, al final no se si seré o no idealista pero si creo necesario un cambio radical de paradigma. El miedo se me ha instalado en los hombros, el mismo miedo que siento todos los días en Colombia a que por una posición o por una simpatía con los movimientos sociales me marginen, me aislen, me tilden de nuevo de mamertismo atemporal. Uno de mis guías, un antropólogo que estimo hasta los huesos me dijo que tenía en mis manos la posibilidad de: o involucrarme en la realidad colombiana tal cual era o de optar por el exilio como lo propuso Said. Yo sólo tengo miedo y rabia, miedo que no pueda alzar mi voz y llevar a cabo un proyecto de hacer otro mundo posible y rabia porque mi realidad no sea esta que me acoge tan dulce y tan libre de violencias.

Comments

Anonymous said…
“(…) la toma hegemónica de la cultura, implica el desarrollo de ideólogos orgánicos que definan lo teórico, y de hecho lograr la cohesión de la voluntad colectiva en torno a una idea (…) revolucionaria, entendida como aquella que rompe definitivamente con el pasado para dar lugar al nacimiento de un nueva realidad acorde a las propuesta del colectivo que se encuentra en la vanguardia del movimiento, que de hecho pretende encaminarse hacia la hegemonía cultural…; y con ellos desencadenar las transformaciones sociales que deriven en una nueva realidad que rompa definitivamente con el pasado (…); la figura de éste intelectual individual resulta necesaria por cuanto permite entender y plantear al movimiento directrices a desarrollar en un momento primo, pero a su vez son insuficiente, pues en última instancia representan las visión particular de un sujeto –más o menos informados- insertado en un proceso de transformación social plural (…) En el nuevo proceso al socialismo -surge- (…) un nuevo sujeto –uno plural- que resulta de involucrar a las bases, EL IDEÓLOGO COLECTIVO(…), con el nos estamos asegurando alcanzar puntos ideológicos fuera del alcance de visiones individuales (…), y que sólo pueden ser entendidos y planteados desde la pluralidad de los sujetos implicados en el proceso (…)”

“(…) en el desarrollo de formas superiores de relaciones sociales (…); tan necesario es cultivar los aspectos ideológicos que sustentan al proceso, como crear al nuevo sujeto social que lo hará posible…; sin este último, cualquier transformación estará condenada a ser revertida (…)”



Cuaderno de Viajes (PJMR)

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