Pam: cuando te pierdes te encuentras


Pam recuerda como si fuera ayer ese otoño en la Barceloneta. Recuerda el mar que lamía los barcos y la arena. Siempre había turistas sacando fotos del Mediterráneo, que en ese momento parecía más un animal hambriento y gris que un remanso bucólico. Al mar lo poseía el Mistral, y a Pam, un presagio. Sintió que alguien caminaba por la acera, que necesitaba correr a encontrarlo… y entonces no lo vio. Sintió que debía caminar hasta la boca del metro, y allí se subió como dejándose llevar por el instinto, por las intuiciones de serpiente. Algo le dijo que corriera hacia el Para-lel, rumbo a Badalona, pero se arrepintió de hacer el cambio y volvió hacia la playa, donde ahora Ana le gritaba si se lanzaba al mar en pleno otoño.


Ese mismo presagio la atacó una tarde en Gràcia, mientras compraba sushi en una tienda. Sintió que algo —o alguien— la cruzaba. Dejó a Ana entregándole el cambio y preguntándole si quería sopa de miso, y Pam salió corriendo como alma que lleva el diablo. Abrió la puerta, miró a ambos lados, pero percibió que la sola intención de buscar a alguien —que no sabía quién era— no tenía ninguna explicación. Y desistió. Fue Montserrat, que la vio disociada en la cena de esa noche, quien la sacó del espasmo.


—¿Estás bien? —preguntó Montserrat, con preocupación.

—Sí… solo que percibo la presencia de algo o de alguien. Es como si tuviera que salir corriendo detrás suyo. Decime que estoy loca, Montse.

—No, para nada. La verdad es que puede ser el Daimón.

—¿El qué?

—Algunas veces, dicen por aquí, pasan las relaciones kármicas. Las percibís. Se persiguen toda la vida. ¿Las has sentido antes?

—Bueno… cuando era nena, ya sabés, tenía un novio que estudiaba electrónica en la universidad de los curas. Alguna vez que fui a recogerlo, sentí esa fuerza. Pero era leve, suave, algo así como una brisa. Una gitana vagabunda me leyó las cartas ese día: me dijo que mi amor estudiaba electrónica y venía de Cali. Creo que nos descrestó, porque la madre de mi chico venía de Tuluá, un pueblo cerca de Cali. ¡La bruja tenía dañado el GPS, Montse! Me dijo que tendría una hija… bueno, tres hijas.


—Los amores kármicos se encuentran una y otra vez… ¿Te viste caótica, Ana?


—No, pero muy a lugar para el nombre de mi mejor amiga (risas).


Ana interrumpió con su acento catalán:

—No, más bien tú eres caótica Ana. Te imagino buscando con tus manos las manos del chico ¡y cuidado que un día te agarra! (más risas).


—No sé si sea un chico… parece un ser de otro tiempo. ¿Un mago?


Esa noche Pam tuvo un sueño. Soñó que se perdía en el laberinto del metro de Plaza Catalunya. Soñó que, aunque quería salir de ahí, no podía, y llamaba a su esposo, quien le decía que lo resolviera. Soñó que salía llorando de la estación y quería comprar un cigarro, pero se dio cuenta de que lo había dejado. Al fondo venía caminando un chico con audífonos, que la miraba de reojo. Pasó sin determinarla, pero ambos se habían visto. Pam guardó la imagen en su cabeza: los ojos del chico y su boca. La repasó varias veces, hasta que corrió detrás del chico, que entró por las escaleras del metro. A la mañana siguiente, Pam sintió una enorme necesidad de comer manzana verde con sal y tomarse un mezcal.


Fue en la tarde cuando encontró Caótica Ana en la Filmoteca y se puso a verla. Cuando salió hacia la Rambla del Raval, pensó en la posibilidad de encontrarse con el amor kármico. Abrió las manos… pero no pasó nada. Fue entonces cuando empezó a tomar esa vieja maña de hablarle desde el corazón.


—¿Dónde estás?

—Muy cerquita. Ven hacia Paral·lel y te espero en la boca del metro.

—¿Estás feliz?

—Sí. Lo estoy.


Entonces Pam prefirió irse hasta el Passeig del Àngel y buscar a Javi Mateos para tomarse un té y dejar las pelotudeces que las malas películas ponían en su camino. Pasarían dos años cuando Pam decidió marcharse para Boston y abandonar España. Esa noche Pam habló con su presagio:


—Me marcho a Boston. Te espero allí.


Pero nadie respondió. Alistó sus maletas y repartió sus riquezas. Montse la acompañaba.


—¿Y qué hubiera pasado si me hubiera encontrado con el presagio?

—Tal vez no lo hubieras visto, ni siquiera él te hubiera mirado. Cosas del Daimón.

—¿Pero no que somos kármicos?

—No funciona así. Ambos deben recorrer los mismos caminos. Suponé que te vas a Chicago: luego llegará él allí. Suponé que regresás a Bogotá: llegará allí también. Suponé que luego te vas a…

—Cali.

—¿Cali? Qué específica, tía.

—No sé… como la gitana dijo…

—Bueno. Pues llegás a Cali y ahí te lo encontrás un día. Y entonces ambos están listos. O no. Depende del karma que deben atravesar.

—¿Y cómo me doy cuenta de que es él?

—Porque se reconocerán.

—Lo reconoceré si hace la gran pelotudez de hablar conmigo en la mente, como yo le hablo.

—¿Qué te diría?

—Si sueño con él. Si esa noche no dormiré. O si celebraré mis triunfos. Pero puede aparecer cualquiera que haga eso mismo. ¿Cómo reconocerlo?

—¿Te acordás de Caótica Ana? Estirá la mano junto a él… y si te la toma y te la aprieta, pues ese es (risas).

—Qué pendejada… pero bueno.

Pam se despidió de Montse y de Barcelona. Había pasado el tiempo de la búsqueda incesante del amor, y también ya había parado el sufrimiento por amor. Quizás solo nos quede el presente. Solo nos quede habitar el mundo de las historias y bebernos la vida, porque los amores pasan, se encienden y se apagan como quimeras rutilantes. Pero la calma —ah, la dulce calma y el gozo— ese placer de estar plena… no necesita “hubieras” ni presagios.

En 2024 Pam ya es una chica grande y rotunda. Se ha despedido del Daimón. Pero, en medio de su trabajo, le propone una locura creativa a uno de sus amigos más queridos y recibe un no como respuesta. Está bien —dice— pero entonces él le pasa un contacto por redes. “Esta persona te puede ayudar”. Pam ve la foto del contacto e inevitablemente… reconoce el estremecimiento en el cuerpo, el presagio, y las ganas de salir corriendo. Huye varias veces. Se encuentra con él en repetidas ocasiones. Se niega a la fuerza del Daimón. ¡No son horas de volver a enamorarse! Pero, inevitablemente, una tarde, en la calma de su casa, le habla desde el corazón:

—¿Quién sos? —dice Pam, estupefacta.

—Es una pregunta difícil —contesta él, con el delay de los inclementes avatares del mundo.

—Respondeme. Tengo todo el tiempo para escucharte.

—Estuvimos juntos en Barcelona y no nos vimos.

—Yo sí te vi. Aunque eso no debería contarlo.

Esta historia termina sin nudo y sin desenlace. Apenas como una fotografía de un instante. ¿Ese Daimón consiguió que Pam volviera a pensar en multitudes de letras? ¿Ese mago logró que Pam anudara los tiempos y las palabras? ¿Esa bruma, esos pájaros y el arte… ahora los acercan a la dicha? ¿A la desdicha?

Lo más bello del presente es que solo existe.

Y en este presente, un mago y una serpiente se han encontrado.

—¿Y entonces?

¿Cuál debería ser el desenlace cuando ambos han aprendido que el amor no va de las grandes idealizaciones, que capaz se acaba, que capaz aburre, que se muere… o se transforma, como todo en la vida?

—¿Tenés miedo?

—Mucho.

—Igual, Montse dice que si en esta vida no me amás, tendremos la otra… y la otra.

—¿Y vos, tenés miedo?

—Jamás tendría miedo de amar.

—¿Por qué?

—Porque cuando te perdés, es cuando te encontrás. Y tengo quien me sostenga tu partida. No te necesito, pero contigo siento calma. Por eso… te parecés mucho a los buenos presagios.

—¿Por qué no te conocí en Barcelona?

—Porque nada llega tarde.

—¿Volviste a escribir en tu blog?

—Bueno… sí. Pero es tu culpa por enamorarme. Hace mucho que perdí la capacidad de ser tan cursi.

Comments

Popular posts from this blog

Filias

Mi cuerpo está, yo existo: sanando la endometriosis