las libres asociaciones

Mujeres en la conmemoración 
de la masacre de la Rochela  2011
la pequeñita no paraba de sonreirme 

Cuando mataron a Rosa yo estaba en un café, intentando irme de un mal novio que me golpeaba y me decía permanentemente que estaba loca, que mi familia era disfuncional porque mi mamá no me tenía comida caliente cuando llegaba y que dios (porque era católico) lo libraría de tener un hijo mío porque mínimo saldría drogadicto. Yo le estaba viendo esos ojos que de por sí eran lindos porque era un hombre guapo y exitoso, al que no le faltaban mujeres ni tampoco trabajo y entonces sonó el teléfono y era mi madre,  como siempre que se muere alguien con ese tono entre templanza y horror me dijo:  -mija, asesinaron a su prima en Villavicencio- me quedé pensando en todo, en que era mi prima la grande, esas primas que uno ve como crecen guapas, de caderas generosas, de bocas perfectas, lindas y sonrientes. 

Y mataron a Rosa y como siempre que se muere alguien llamé a mi hermano, con ese tono entre templanza y horror -a Rosa la asesinaron en Villavicencio, iba en la moto y parece que la abordaron unos sicarios y le dispararon- luego se me escurrieron las lágrimas y me quedé pensando en qué tragedia era mi familia, en el terror de saber que a ella la habían matado y a mí me estaban sometiendo en vida, pensé que a ella y a mi madre y a mis tías y a mis primas y a todas nos había tocado cargar con la violencia y acunarla y parirla día tras día como la luna cambia su ciclo. Por ese paso nos vendieron que eramos depresivas, que estábamos signadas por la locura ¡y quién no con esos contextos! somos al contrario muy sanas.

Tenía yo entre las manos un montón de historias de terror construidas en medio de la cotidianidad del barrio, de la prensa amarillista que se vende como pan caliente en las tiendas y los estancos, tenía 25 años de andar viendo sangre en el suelo, de escuchar bombas, de huir de la delincuencia común, de llegar corriendo a mi casa sintiendo que me estaban siguiendo, de oír frecuentemente a mi mamá que no me metiera en líos, que me cuidará con las andanzas políticas. Todo eso pasó por mis manos, por mis ojos, por mis oídos. Yo le dije a mi novio que me acompañara a Villavicencio, que íbamos escoltados, que no había peligro, me dijo que tenía guardia en el hospital, que era muy importante porque es la clínica más prestigiosa de Bogotá y que no podía faltar ni un día a su turno, le dije que lo necesitaba, me dijo que me deseaba suerte en el funeral. 

Mientras pensaba una y otra vez de una manera compulsiva quién había asesinado a Rosa, por primera vez vi con crítica a las mujeres de mi familia, todas guerreras, todas bien vestidas. Eran guapas y fuertes, lloraban por turnos y luego se ponían rubor y servían comida, cuidaban a los niños, rezaban para dar fortaleza, organizaban quién iba en cada carro. Vi a mi mamá como un huracán conteniendo lágrimas, pasando pañuelos, como siempre buscando valeriana, vi a mi tía pidiendo un ansiolítico, vi mujeres tan rotas, pero a simple vista tan fuertes. 

Me despedí de Rosa y le dije - por usted prima, que ninguna mujer se merece estar rota ni triste, ninguna más Rosita, ninguna si está en mi poder- no lo logré porque se me fue Diana después pero de todas maneras me empecé a mirar al espejo, Liz toda guerrera que no se parte pero que está hecha pedazos por tantas fuerzas que confluyen en su cuerpo. Coincidió la muerte de Rosa con que yo decidiera irme para siempre del novio maltratador, yo pesaba 38 kilos, no fue suficiente la fluoxetina que solo tomé por dos días gracias a que mi mamá me dijo que eso no se curaba con pepitas, me curé quien lo creyera en el matrimonio de otra prima, lejos de Bogotá y de la mano de la hija de Rosa que en ese momento era tan pequeñita pero tan sabia que me daba gusto. 

Anoche me detuve en la Plaza Catalunya, era Sant Jordi, una fiesta catalana donde las mujeres regalan libros a los hombres y los hombres regalan flores a las mujeres, había mucha gente y yo había estado trabajando incansablemente como lo he venido haciendo desde -curiosamente- ese 2005. Pensé que yo era altruista, pensé que era una buena persona que no consume y que como lugarcito común y cliché de reina de belleza quiere la paz mundial. Me di cuenta que mi altruismo era sospechoso, quizás fue el viento tranquilo de mis primas ausentes que siempre me acompaña, estoy segura que fueron las voces de otras mujeres con las que estaba compartiendo historias, me quedé pensando en lo que le dije a Rosa en el oído y se lo volví a decir al viento - prima, por mí no dejaré que nada me haga pedazos, seré libre, linda, no voy a parir hijos o hijas para la guerra, me voy a cuidar a mi, prima, y con el resto solo voy de parcería, de colaboración- me di cuenta que todos estos años hablé desde el dolor y que ya es momento de hablar desde la vida y con los hombres, ahora si que soy una verdadera compañera no una niña perdida, no una víctima, soy una sobreviviente.

Comments

Anonymous said…
salud L

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