Yo sufriente

Empecé mi travesía por los estudios del trauma y del dolor, eso hasta ahora había sido una búsqueda cobarde y superficial, después de todo es más fácil esconderse detrás de los tecnicismos, de las hipótesis complejas, de la pose de intelectual serena a la que no le pasa nada, únicamente la luz, únicamente construye argumentos, únicamente habla con la objetividad de la ciencia. La dotora, la joven profesora aerodinámica, la heroina del pueblo me quedó chiquita.
Vamos a ver, escogí mis temas de tesis disque por coincidencias de la vida, en general digamos que esa es una de las grandes mentiras de mi pobre vida. Escogí mis tesis con un único fin, encontrar un otro sufriente, alguien que me entendiera y me cobijara con sus historias, que me dijera, no Liz, tu no eres especial, a mí me pasó también, yo igual que tu no comprendí nada, yo igual que tu tengo pesadillas y me escondo en lugares comunes. Buscaba sedienta el ánimo de la resistencia, de qué ocurrió para mantenernos vivos y de pie después de la tragedia, de cuántas más estrategias podíamos crear y cómo podíamos llenar de colores el alma cansada, gris, el corazón de mercurio.
Encuentro razonable que el corazón me palpitara cada vez que Don Luis en la Perseverancia, me contara de cómo lograron la movilización social, pararse al frente de los ricos y decirles que no desalojarían el barrio, bajaba después esta Liz pero de 20 años como un tornado, llegaba a Kennedy pensando que podía decirle a la injusticia social y al arribismo ¡no más!. Hay muchas clases de dolores y el que compartía con Don Luis y Yolanda era un dolor social, era la marca perpetua de ser y haber nacido en un barrio obrero, de tener que esforzarse más que los demás para conseguir oportunidades, de crecer en la carencia y bajo la mirada oculta de los que buscan ese gesto, esa pose, esa camisa que demuestra el peso de la media baja. A mi Don Luis me dijo qué hacer con la clase, comprenderla y superarla, eso quiso decir que para mi venir de abajo no fue nunca más una discapacidad ni un estigma sino una posibilidad de hacer mi mundo más rico. Mi dolor reconocía la rapiña y la competencia pero también la solidaridad y la sencillez.
Y Barcelona pasó en mi con el mismo dolor del inmigrante perdido, de retroceder de la clase obrera a la infraclase, de cargar con la miseria de otra cicatriz, la de la herida colonial. Aquí el dolor fue entender que siempre fui otra, otra terminada en A, me enteré que era mujer, que tenía un sexo poderoso pero acorralado por poderes que hasta ese momento no había identificado, no en mi trayectoria vital, si en el escondite de la investigación. Me di cuenta que hacer pensamiento femenino era complicado, que el mundo era de los hombres y que yo no tenía ni la más mínima culpa o responsabilidad de eso. Mi dolor atravesaba estos ojos indios hijos de latinoamérica, diferentes a los ojos de la Europa paria y de la Europa con E mayúscula, me di cuenta que eso también era una posibilidad. Otra vez de la dolorosa periferia me vi en el espejo, como alguna vez dijo la Davis: soy sudaca, soy mujer y soy pobre.
Ahora no puedo hablar del dolor que me ata a la tesis doctoral, porque quizas de todos es el único innombrable, no apto para los menores que leen el blog. He comprendido la dimensión terapéutica de esta investigación, yo me estoy curando señoras y señores y al mismo tiempo estoy aportando no un amasijo de emociones fangosas y radicales, sino una oportunidad más para comprender el dolor desde la antropología, desde mi amada sociología. Aquí hay mucha pasión porque mi tesis es parte indomable de mi espíritu, yo la siento como si fuera otra parte de mi cuerpo, yo la acarició por ser mi isla de esperanza. Dirán algunos que esto causará un sesgo definitivo y que no aportaré más que lo que ya se ha dicho y quizás si, ya lo habrán dicho pero como siempre yo me habré enterado y seré más feliz y en ese orden, como a eso vine al mundo pues haré un check en el diario de mis angustias. El dictamen permanece como un horizonte, yo soy una sobreviviente.
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