Los pájaros


La tarde es la mejor hora del día, le decía Aura a Gabriela mientras cortaba tela y por la ventana la besaba un rayo de sol ocre que hacía sus ojos más claros y profundos. Aura cortó ese día muchos vestidos y dibujó muchos otros, mientras que Gabriela lamió una cuchara llena de dulce leche, fue un día tan suave, tan lleno de música, un día en el que no hacía frío y el olor de Aura hizo que Gabriela pensara que era una flor no una mujer, una flor de esas que causan borrachera pero que son profundamente adictivas. Gabriela miró las manos de Aura y pensó que tenía las manos más hermosas. Aura puro amor, Aura para quien Gabriela conjugaba esa frase inagotable mi mamá me mima.
Gabriela hubiera querido que el instante más puro de la tarde y su madre se quedaran estáticos como una obra, como un sonido perpetuo, pensó que la vida era simplemente la tarde y el sopor, la naturaleza perfecta del amor fraterno, no se explicó nada porque todo era dulce. faltaba poco para que la tarde fuera de los pájaros.
Días más tarde Gabriela saltaba en el patio buscando que la baldosa tierra fuera un río caudaloso, llenas de lianas sus orillas, habitado por caimanes y delfines de colores. En el fondo del patio estaba la jaula que Aura había dispuesto para un perico verde y Gabriela se lanzaba en lianas moradas para llegar hasta él. Despacio observó como el perico no estaba y luego sintió un mordisco en su cintura lleno de fuerza. Gabriela calló e intentó pensar en cuál era la razón por la que Periquillo no estaba allí. Pero seguía el mordisco interminable y el reloj que daba las cuatro, las cinco, la hora de la tarde. Dice Gabriela que intentó gritar pero sólo hubo silencio, dice que llegó una mariposa negra del tamaño de un hombre, con unas manos fuertes, sin rostro, tomó a periquillo y lo llevó en esas manos que más bien eran garras y que minutos después la tomaron por la cintura para acabar con su aliento.
La tarde nunca fue la misma después que la mariposa negra llegara. No hubo dulce sino oscuridad y Gabriela se llenó de ira ante la imposibilidad de agarrar la mariposa y acabar con ella. Pensó en patearla de alguna manera, largas noches calculó como cazarla, pensó en tomar las tijeras de Aura y cortarle las alas y las manos. Gabriela dice que la mariposa la rompió como se quiebra un espejo y desde entonces ha tenido que armar los pedazos. Como pasó tantas noches planeando la venganza sin conseguirla, Gabriela decidió odiar los pájaros.
Aura se queda mirando a la ausente Gabriela que toma como referencia el bigote que le ha salido a una de las maderas del techo, le dice que la tarde es la mejor parte del día y se toma un cocktail de wisky con diasepan. Con sus preciosas manos, su olor a jazmín y su boca de mujer - flor le dice - nena, aquí no ha pasado nada -
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