estos treinta que me besan


De algún modo sabía que la crisis de los 30 tocaría la puerta de este cuerpo y sin embargo a esto no puedo llamarlo crisis sino más bien un exceso de reflexividad. He limpiado, tirado viejos poemas, conservo aquellas cartas de amor profundo y adolescente y aquellas de despedida para recordar que fui una bruja egoísta y libertaria.

He besado los recuerdos como mis únicos bienes y le mando al viento florecitas de no me olvides para que se las lleve a esos amores que ahora no me miran o por miedo o por odio o por simple desencanto. También me he repasado, estos 10 años de andar por la sociología, mis luchas que ahora percibo difusas, mis letras que ya no brillan tanto pero que dan para criticar una buena hora. me he vuelto desconfiada, no creo en todo lo bonito que me rezan al oído y soy alérgica a las mujeres melosas que me hablan de amistades cuando lo que hay detrás es pura oscuridad, a esas las estoy odiando, por creerme ingenua y por pensar que no me doy cuenta de lo que hacen.

He pensado también en el oficio de la docencia, en la importancia de la investigación. Me hace falta volver a enamorarme de los libros, apasionarme con mis temas imposibles y no parar de dar. Últimamente las cosas pasan tan lento pero yo las recibo con agrado. México me trajo nueva, lista para emprender, para no claudicar. Ahora si entiendo de qué se trata la estación centro: de comprenderme, de verme al espejo fragmentada e inverosímil.

Un día mi sobrino de doce años me dijo que odiaba los domingos. Yo no. Los domingos escribo, tonterías, banalidades, pero escribo. También boto a la basura las falsas amistades, el exceso de fotocopias y viejos parciales de mis estudiantes. Me hace tanta falta una magia, un pedazo de luz, un milagro. No esas cosas que todo el mundo espera - como la obsesión social de ser madre- sino un proyecto que defender, una idea por la cual luchar. Como siempre solo me quedan los ojos de Iván y los lindos domingos de organizar los libros y comer tomates secos.

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