Egoteca: Mi Petit Peugeot
El cuadro ideal es un guapo muchachito conduciendo un carro último modelo. Una gran proporción de féminas ha crecido gasolinera, es decir, su deseo sexual y gusto es directamente proporcional a la marca del carro de su novio. Su majestad Ruben Blades, tan citado en este blog diría -el era un muchacho plástico de los que por tema de conversación discute que marca de carro es mejor- digamos que el éxito también se mide por el carro que conduces, es más, se mide porque conduzcas y seas todo un ganador. Descubrí con mi experiencia de tener un padre y unos hermanos obsesionados con los autos, que una manera de emanciparme era aprendiendo a conducir, de tal manera que una mujer necesita adueñarse del volante, eso fue le que le faltó decir a Virgina Woolf en una Habitación Propia.
De niña mi papá recién se había jubilado, así que su hobbie principal era armar y desarmar un campero ruso -como su nombre- que permanecía en el garaje de mi casa. Las anécdotas contaban como mis hermanos mayores habían aprendido a manejar a los 12 años. Los viajes estaban marcados por el ritmo de nuestro UAZ ruso, en medio de la guerra fría y del frío de los páramos que recorríamos. El carro era un miembro más de la familia junto con perro, tortuga, perico y hamster, un elemento crucial en nuestras vidas. Un día a los 13 años, me aburrí de jugar en el carro detenido y le pedí a mis hermanos que me enseñaran a conducir. Así lo hicieron en el recién Renault 9 que ahora habitaba mi casa, de repente mi familia dejaba el amor ruso por el fetichismo francés. Por poco estampillo el renault frente al portón de mi mejor amiga, con lo cual el trauma me dejo 8 años sin manejar.
Luego mi papá tuvo una conversación conmigo sobre aprender a conducir, cada cierto tiempo mi papá me sienta para recordarme las reglas de oro: 1. se estudia para no depender de un hombre 2. se ahorra para no depender de un banco. 3. Se aprende a conducir para ir donde a uno le de la gana, a la hora que le de la gana y a la velocidad que le de la gana. 4. Eres estupenda, una mujer con todas las armas para la vida y mereces alguien que te ame sin dudas. Las reglas de oro incluyendo una que omito por tradicional (eres una dama y te debes comportar a la altura de una dama), han sido una religión para mí, pero contrario a lo que cualquiera esperaría de un padre como el mío, mi inducción a la regla número 2 fue absolutamente traumática.
Los gritos de mi adorado padre -que siempre fue jefe- me agobiaron en la mitad de una pendiente que no podía subir, ¡póngale primera, saque el embrague, acelere, impúlselo! gritaba el mr. Korner y yo casi con la lágrima en el ojo, temblando como princesita, no lograba subir el carro ni un centímetro sin que se devolviera. De algún modo respiré y lo miré con rabia -papá, te bajas de mi carro- le dije- y cuándo lo hizo, subí la rampa. Tal vez fue mi manera de matar a mi padre simbólicamente, quizás fue un momento de emancipación que me duró hasta hoy. Lo vi sonreírse cuando lo logré, le grité por la ventana -págame el curso en una academia- y él asintió con una hermosa sonrisa.
Con los años me llegó de regalo de cumpleaños un petit Peugeot. Rechiné los dientes por no tener un novio que manejara, lo dejé descargar varias veces detenido en el parking, lo dejé empolvarse y prefería tomar taxis y flotas en cambio de aventurarme a encenderlo. Un día me quedé mirando las fotos de nena y nunca una mujer estaba conduciendo en esas fotografías, me di cuenta que los anuncios en gran parte de los casos tienen hombres al volante y me aventuré con un par de buenas amigas y un exnovio paciente a sacar al Peugeot de las telarañas.
Conducir en Bogotá es un acto de valentía. Más para una mujer cuando el estereotipo dice que no lo hacemos bien, que somos lentas, brutas y sonsas. Claro, después de aprender a manejar en medio de una manada de machos agresivos y violentos y hembras masculinizadas, no tenía otra opción que hacer resistencia. Sudaba, temblaba, se me deslizaba el carro, pero al final respiraba y recordaba ese "una mujer debe aprender a conducir" mi ex, decía que el carro era un sinónimo de autonomía y no se equivocaba. Un día me di cuenta que manejaba con mi música preferida y veía el atardecer de Bogotalinda, me di cuenta que me sentía plena con mi Petit Peugeot y que incluso era la mujer más feliz del mundo acelerándolo, cuidándolo y cruzando las rayitas de las carreteras.
Uno construye una relación muy estrecha con las cosas, no se trata de capitalismo, aunque el capitalismo usa las cosas para manipular a las personas a través de su deseo, pero antes del capitalismo ya construíamos filias con los lugares y con los objetos. Mi carro, no es una cosa valiosa en términos monetarios, es más está avaluado en unos 2000 dólares por mucho, no lo quiero cambiar, porque representa para mí algo que culturalmente se me había negado y que con mucha valentía logré transformar. En las noches cuando nada tiene sentido, cuando me muerde la tristeza, Ahí está mi Petit Peugeot esperando por mí para llevarme a una serie de geografías anti melancolía y pro emancipación y allí, juntos con la música del radio, vemos la ciudad y nos acompañamos. Sí, una niña necesita, dinero, una habitación propia y matar cada no, que nos impuso la cultura patriarcal.
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