Pare de sufrir: los invisibles
Los machos alfa son una delicia, al menos eso pensaba hasta hace un tiempo, será un año atrás cuando una amiga me dijo -me están gustando los invisibles- ella, una diosa, había podido deleitarse con un hombre de esos que mandan la parada, un chico super exitoso y guapo, un líder, bocadito de cardenal para cualquier activista de derechos humanos y sin embargo, se encontró con los ojos de un chico feminista que no le interesaba para nada figurar en el red set bogotano e internacional, sólo la miró con amor y ella que se da el lujo de escoger, ese día solo dijo ¡me quedo con el invisible! y hasta hoy así ha sido.
Los invisibles. Siempre están detrás de la acción, pero sin ellos nada es posible. En las comunidades en Colombia, se nos volvió costumbre que el chico más codiciado es el comandante o de la pandilla o del bloque paramilitar o de la guerrilla. Pero en la escala más cotidiana a las mujeres nos enseñaron a amar el poder de ciertos hombres, por algo diría Rubencito Blades "que sueñan casarse con un doctor porque él puede mantenerlas mejor". El poder masculino aún hoy está representado en tener mucho dinero pero no solamente en eso, existen otras particularidades, tiene el chico que nadar en plata o tener un buen empleo, tiene que ser alto, porque eso evoca protección y fuerza, nadie quiere a un proveedor chiquitito y debilucho. Tiene que ser gracioso y arreglar cuanto se dañe en la casa, si por ejemplo no le sale la chispa, por supuesto que no será un alfa total y si ni siquiera sabe poner un chazo en la pared, pues apague y vámonos, porque los hombres están hechos es para reparar.
La cosa se complica en ciertas clases arribistas donde además de ser alto, gracioso y con plata, tiene que ser rubio ojiclaro, así nos jodió la conquista y el blanqueamiento de la colonia que si una muchachita llega con producto extranjero (de países industrializados, porque vaya usted consígase un asiático a ver que le dicen) la casa hace fiesta, porque al final los hijos llevarán un apellido inpronunciable y se mejorará la raza, de hecho existe el nefasto dicho "de mejorar la raza". Un hombre de pelos indios y tez canela, un especimen de proporciones indígenas deliciosas, mejor ni pensarlo, lo rico es -como diría Alejandra Guzmán- ser "blanco como el yogur" para seguir evocando buenas discografías.
Entonces un hombre de poder debe ser blanco como el yogur, alto, con plata, gracioso y saber arreglar las cosas. Pero además requiere tener una buena dosis de factor HP. Ser mujeriego, hacer comentarios misóginos y asegurar que los despechos se curan con una buena dosis de licor y mujeres. Pero adicionalmente será bien vestido y por bien vestido podemos entender desde las que aman el estilito Ermenegildo Zegna hasta las que mueren por la jata palestina o las converse, de todo hay en las subculturas del capitalismo o el fashion socialismo. Sí, si anda descachalandrado no es nuestro poderoso alfa, aún en el mayor de los descachalandramientos, debe ser exquisito en la forma de vestirse.
Como para ponerle una cereza a nuestro helado de macho alfa, este debe saber jugar muy bien un deporte -ojalá fútbol- o bien tener carro y manejar como un demente, con todo el sentido de penetración, bien macho, eso, que saque la cabeza por la ventana y le eche un madrazo al busetero que se le atravesó, que se baje a armar pelea porque lo cerró un taxi, así bien peleonero, que el alfa defiende su honor a toda costa, así lo maten de un crucetaso o por el ataque de los taxistas rabiosos. Y claro, se ve tan sexy puteando y manejando ¡dame un hijo alfa!. Un bello macho que beba como garganta de lata y que se haga respetar de la misma manera si alguien baila con su chica.
Los invisibles en cambio son bajitos, los hay también altos, no les importa la pelea, si los cierran, esperan pacientemente a que el cavernicola que está manejando el otro carro se vaya por el sendero de su honor. Para los invisibles las chicas nunca han sido cosas, son mujeres, por lo tanto no andan marcándolas con un hierro en la cadera ni celándolas hasta con el amigo gay. A los invisibles poco les importa ser reconocidos, siguen sus carreras sin pausa ni prisa, no usan el dinero como una estrategia de conquista, porque al final saben que las mujeres tampoco se compran. Probablemente a un invisible ni siquiera le interesa aprender a manejar y el carro no es una extensión del falo, para ellos el carro es un medio de transporte. Siempre estuvieron a la sombra de los alfa, pero eso no lo vivieron necesariamente con estrés, dejaban que brillaran, porque eso les daba la tranquilidad de ser ellos mismos y dedicarse o a regar sus plantas, a leer sus libros o a acariciar a su perro.
Los deportes para algunos de ellos no representaban más sino un lugar de recreación y desparche, no el escenario para demostrar su hombría. De mujeriegos más bien poco, al fin y al cabo las mujeres morían por otros atributos, así que simplemente esperaron a que llegara una que verdaderamente les gustara para dar el paso. Los hay blancos y de todos los colores, son sensibles, les gusta atender, compartir los roles de la casa y ayudar por ahí a cuanta persona le pida una mano. Son dulces, por eso los condenaron a ser invisibles. Si la chica gana más dinero, les parece justo, al fin y al cabo ella es lista y ha hecho su carrera con pulso.
Mi amiga, no los había visto, por eso aquel día en que se fijó en su invisible me dijo que se quedaría con él. Tanto tiempo perdido mirando a los alfa exitosos y sin darse cuenta que al lado, justo al ladito estaba ese chico maravilloso que le hace desayunos y cenas, la llena de besos y la acompaña por la vida. Los invisibles no son perfectos, sólo son hombres que siempre han existido, puntos de fuga que caminan al lado de las mujeres y que nunca han revindicado nada, pero que son una prueba de que existen otras masculinidades más humanas y por lo tanto diversas, fascinantemente diversas. El reto entonces para las mujeres es desmitificar las figuras del hombre de poder y reconocer que en cambio de andar en la jaula del macho alfa, es preferible la gozadera de los invisibles y su espacio para hacernos mujeres más libres y felices.
El reto también es contarle al mundo de uno y una, que existen otras maneras de ser hombre, que ser hombre no es ser cafre. Ser hombre es mucho más complejo y en alguna medida me encantaría poder hablar más sobre ellos, pero siguen siendo para mi un universo desconocido. Me gustaría escucharlos decir de qué están hartos, qué les ha dolido de ser hombres y ayudarlos con paciencia de compañera, para que juntos nos liberemos.
El reto también es contarle al mundo de uno y una, que existen otras maneras de ser hombre, que ser hombre no es ser cafre. Ser hombre es mucho más complejo y en alguna medida me encantaría poder hablar más sobre ellos, pero siguen siendo para mi un universo desconocido. Me gustaría escucharlos decir de qué están hartos, qué les ha dolido de ser hombres y ayudarlos con paciencia de compañera, para que juntos nos liberemos.
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