Pam: Las matemáticas y los rich boys
Pam se detuvo largo rato mirando los ojos de ese chico, mordía compulsivamente un chicle, ay nadie hubiera querido ser ese chicle en ese momento porque ella se quedó así detenida, sosteniendo el chicle, atrapándolo entre los molares, como si los ojos del chico se le estuvieran tragando el cerebro. Él por el contrario había puesto su mentón en la curvita de su guitarra y esperaba a que Pam comenzara a cantar. Pero ella únicamente estaba perdida en la perfección del chico, que incluso a ella le parecía que era más suave que las niñas que olían a baby soft y que frecuentaban las peluquerías. -A usted lo criaron con leche klim ¿no? - lo interrumpió Pam, pero entonces él le sonrío y movió la cabeza como quien dice -no, no, no, no- y ella extendió la mano y le acarició el pelo, que ahora le parecía de puro comercial. Él le pidió que improvisará algo en un blues de esos que lastiman, pero Pam se dio cuenta que ambos temblaban cada vez que le pasaba la mano.
Un blues y un rock and roll
- Lucrecia Caballero al tablero- dijo el malvado, impune, maleficus maleficarum, el oscuro, el innombrable, el despiadado, el nunca antes visto, profesor de cálculo. Y Pam sintió ese vacío, esas hormigas arrieras que le corrían de abajo arriba y por entre las orejas. Se puso roja como una fresa, se mordió el labio inferior, se agarró la cola de caballo entre las manos y se levantó del pupitre, todas las señoritas la miraban con sus hermosos listones en el pelo y sus zapatos bien lustrados. Se paró al frente y vio esa brujería en el pizarrón. - -¡A ver, Caballero, derive!- derive, derivar, él deriva, ella a la deriva, las derivadas, a la deriva de Lucrecia. Nada tenía ni el más mínimo sentido para Pam.
Las niñas son crueles y si se educan en colegios femeninos existe una alta correlación de que sean aún peores, es esa brutalidad de la manada por devorarse a la más débil, que en este caso no entiende ni de derivadas ni de integrales. Pam, se voltea hacia el profesor con todo ese garbo hipócrita aprendido en las clases de glamour con la hermana Caroline y le dice con el mentón arriba -Jeffer, no entiendo una mierda de lo que está en este tablero- murmullo, silencio y la más anciana de las iras porque ni a Terese ni a Lorencita se les ocurrió hacerlo antes y sin embargo la rara Pam no tenía de donde hacerle bullyng, era demasiado weirdo como para llenarle la maleta de basura y demasiado valiente como para que la respetaran. El profe de cálculo, la sacó de la clase, firmó algunos papeles que aseguraban, que, "la señorita Caballero dice malas palabras y es pésima con el cálculo".
Unas por otras, la profesora de sociales, ha pasado y ha visto a Pam en el corredor mirando al infinito. -Nadie más y nadie menos que Pámela- le dice con una sonrisa y Pam se la devuelve con todo el brillo que puede devolverle, es que Pam, tiene el corazón de un gozque, sí, un perrito callejero que al menor atisbo de afecto mueve su colita y baja sus orejas y ante el guiño de una patada, muestra el colmillo y sale corriendo como alma que lleva al diablo. -¿Seguiste cantando Lucrecia?, mi hijo está buscando vocalista para su banda de rock and roll- dice la profe mientras saca uno de sus esferos de colores y en un trocito de papel cuadriculado le escribe un teléfono. -Yo canto como derivo- le respondió Pam, pero la profesora le tocó el hombro -tu cantas como sonríes Caballero- y la dejó ahí parada en la esquina del hall, Pam, con un papel y un teléfono.
Los Rich boys son muy suaves.
Pam se quedó mirando la portada del libro de cálculo -¿un violín? que intentan decir estos matemáticos del demonio y la santa inquisición de las ciencias exactas- pronunció Pam mientras veía llegar a un chico con un pantalón y una chaqueta de paño, esa chaqueta tenía en verde dos iniciales naranjas que ella diferenció de todo el resto de su acervo de conocimiento en colegios -GM, GM... GM... afff un rich boy del Gimnasio Moderno- pensó Pam y sintió un vacío, multitudes de hormiguitas arrieras que le recorrían el pecho hasta llegar a las oreja -¡santos sid y kurt! porque tengo yo que quedar con un rich boy- terminó de pensar cuando él, descamisado y cargando una guitarra de medio lado le dijo sin aguero - Pablo- estirándole la mano y Pam se levantó de la sillita del Park Way, lugar neutral de la cita planeada en el teléfono, y le respondió con un fuerte apreton de manos como diciendo - soy muy mala rich boy, vengo de abajo- pero ante esa suavidad de mano que solo sabía de libros, violines y guitarras, nuestra Pame olvidó toda la cátedra marxista aprendida en la Escuela de Formación política de los sábados obreros y se derritió pensando en el mayor de los pecados, es que ese rich, rich boy era muy suave.
Ahí fue lo que se llama la perdición, porque a Pablo no le importaba de dónde había salido Pame, sólo la puso a cantar, le apagó la luz de la habitación y empezó a tocar en la penumbra de la tarde y ella como en trance, le compuso una canción sobre una niña que tenía espiralitos de ácido en la maleta y le gustaban la calle, las guitarras y los niños de ojos claros. Cuando la sesión terminó él se soltó ese pelo rubio y largo, le dijo que estaba contratada y que ensayarían con la banda al día siguiente.
Las matemáticas y los rich boys producen lo mismo.
Pam, no entendía por qué Pablo no se le salía del pensamiento pero se le ocurrió que tenía que demostrar que ella era la que mandaba, no sus infinitos y estúpidamente hermosos ojos verdes. Así que decidió decirle que ella no iba a ensayar porque tenía examen de cálculo y que además ella estudiaba en el centro y su casa quedaba en los cerros del otro lado de la ciudad y entonces Pablo, que estaba en la misma situación pensando en la curvita de la cintura de Pam, le dijo que la recogería en su escarabajo a las 4:00 p.m. con lo cual esperaba que estuviera lista y con la voz preparada. Lo que Pam no se contó a si misma es que de verdad tenía examen de cálculo y que además se moría del susto de verle esa maldita cara otra vez, pero Sally la sacudió cuatro veces y le dijo -si usted no besa a ese rich boy, se va para el infierno, acuérdese de mí- y entonces a la hora pico donde todas las señoritas están esperando acción, llegó un chico en un auto rojo con unos perversos ojos verdeazules que paraban el tráfico. Encendió un cigarrillo y gritó cuando la vio -¡Pam!- y ella mordió al siempre pobre chicle entre sus molares y corrió al carro así, despavorida, mientras medio colegio se daba cuenta que se subía en el carro de un rich boy.
Está científicamente comprobado que el 90% del bullyng en los colegios femeninos es por un lío de faldas o por esa emoción cosechada al fragor de la feminidad tradicional, llamada envidia.
Todo lo malo tiene ojos verdes y todo lo que no se entiende puede definirse como integral.
La guitarra de Pablo no paró de sonar, ni siquiera cuando Pam se acercó tanto a sus labios que terminó por besarlo, escena dulce donde suena una de esas canciones melocotosas de Velvet Underground y entonces ella siente chispitas como las del bombón en forma de piesito y Pablo tiembla, porque es su primer beso, o al menos la primera vez que una niña de especiales curvitas lo besa sin hacerse la difícil, sin sonsacarle paleta, ida a cine y regalo, sin tener que llevarla al Bennys de la 82 y quitarle todas las ganas después de hablarle de los vestidos de Cabrales. No, Pam sólo lo besa, agarrándole el pelo y bajando la mano por la espalda y él, no deja de tocar, sólo porque no tiene ni idea qué hacer con las manos, puede por ejemplo que torpemente le haga daño o que las manos en un acto de rebeldía se le suban a los pechos parados y redondos de Pame y salga con alguna contusión.
Digamos que Pame no tiene ni idea de lo que está haciendo aunque por lo general las niñas tienen un plan inconsciente que las hace moverse como pez en el agua en el asunto de las emociones. Ella sólo sigue chutándose por vía táctil la suavidad de Pablo, y utiliza su nariz, sus labios y sus dedos para dibujarlo y aprendérselo de memoria. Pablo pone la guitarra a un lado y le responde las caricias y nadie alcanza a imaginar ese grado de ternura que era lo que le faltaba a Pam, esa gotica narcótica de respeto y de cuidado, esa trampa mortal de la serotonina a los 15 años de Pablo y a los 16 de Pam, no estamos hablando aquí del frenético descubrimiento del sexo, sino horror de los horrores, espanto de los espantos, el advenimiento caprichoso del amor interclass, telenovelesco, lo más marimar que alguien pudo imaginar, la canción de Selena en todo su auge, ay amor prohibido murmuran por las calles porque somos de distintas sociedades.
En la vida real todas estas historias terminan mal, ya sea por el arribismo del uno o por la conciencia de clase de la otra, en cualquier caso, Pam tiene examen de cálculo al otro día.
Sí, un honorable 1.8 dibujado con las más hermosas de las letras, Pam hubiera deseado que la tragara un cienpies, pero en cambio, sonreía como una idiota y entonces Sally se dio cuenta del secreto de Pame, -Pam, los rich boys son adictivos, era besarlo no enamorarse de él- pero ella, entró en un estado de estancamiento, que sólo fue interrumpido por una manada de muchachitas expeliendo baby soft y quitándole la jardinera, rompiéndole las gafas y haciendo trizas su trabajo de recuperación de cálculo. Sí, Pam ahora hace parte de las estadísticas y no hay Sally que valga, hace tiempo que Ada y Mariatere salieron del colegio, ahora es ella contra las hordas de niñas malqueridas.
Estas historias críticas tienen un final feliz
Hubiera pensado Pame, pero no entendía ni la mitad de lo que Pablo decía, le parecía que entre ella y él reinaba un abismo habitado por estreptococos del tamaño de una hiena, si daba un paso en falso caería a la boca de un estreptococo y moriría en medio de una baba hostil, pensaba Pam, y si seguía yendo al colegio no quedaría nada de su pelo glorioso y su carita de niñita bien, que tanto le servía para ser camaleónica y habitar todas las clases sociales. La habían arañado, golpeado, desnudado y acorralado contra la pared. En tres meses Pame bajó seis kilos y las malas lenguas decían que Luc Caballero se había enredado con un rich boy adicto a la marihuana y a la cocaine y que ambos pasaban noches enteras de sexo desenfrenado y consumo de sustancias, que claro, la evidencia mayor era su notable perdida de peso, sus ojeras, lo achilado de su pelo y que tenía libros de Andrés Caicedo en la maleta.
Con el tiempo Pame ya no componía canciones y tampoco dormía. Decidió dejar a Pablo porque según ella, nunca se iban a entender, él era algo así como un fokin angelito suave, embriagantemente suave y ella era un guiñapo que no entendía de las integrales tanto como no entendía porqué unos ojos verdes de otro la habían hecho merecedora de las garras infames de munra y sus amigas. Al final, Pablo la adoraba pero tampoco la entendía y eso que era bueno, buenísimo para las matemáticas. Le dejó un beso bien dado y le prometió que se verían en Miami en dos meses y Pam terminó ese año habilitando Cálculo, química y física - el área me hizo un complot, es el complot de las putas ciencias duras- pensó Pam y se quedó ahí sentada en la sillita del park way esperando una carta de Pablo y con las manos cansadas de tanto dar trompadas a las bad girls.
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