Amanda: Los diablos


Amanda molió el maíz, escuchó las gotas que golpeaban como piedras el techo, la casa olía a leña, era un olor dulce que crecía con el humo, humo que acariciaba la carne, carne salada, suspendida en los ganchos de la cocina, justo arriba del fogón lejos del gato y del runcho, lista para ser cortada y servida en el puntal. Unas gotas de sudor se asomaron en la frente de Amanda, permanecían como los diluvios del cielo, como el rocío en las hojas de los árboles, dándole vida a su amplía frente y ella entre el calor del bosque húmedo y de la cocina, seguía moliendo el maíz para las arepas.

Su mente se fue a los ojos verdes del muchacho, se detuvo en los bucles perfectos de sus rizos y en su acento montañero, recordó que en las veredas cuando él nació, dijeron que era el mismo niño dios, todo rubio, con una boquita perfecta y unas manos grandes, alguien también advirtió que el muchachito sanaba y lo querían llevar a las verbenas porque pensaban que el mono daba buena suerte. Amanda pensó siempre que él era como un talismán, quería verlo una y otra vez mezclado con  ella, caminándola a ella con ese par de manos grandes y suaves. Difícil encontrar en esas montañas de cabras y abismos, unas manos de esa precisión y dulzura, el hermoso equilibrio de un hombre que ha recorrido montañas, desiertos, mares, dolores y muchachas con pecas.

Había heredado Amanda esas diez hectáreas en la punta de una de las veredas, con ellas la casa de madera a la vera del camino. Veía entre la niebla, desde el balcón de la casa de madera, llegar exhaustos a los caminantes, tenía siempre una caneca de guarapo para darles y revivirles el alma cuando en sus oídos sólo escuchaban grillos. Todo estaba callado y no se escuchaba ni galopar de bestias ni llantos de niños.  En la distancia sólo estaba la perra castañuela, mordiendo una dormilona  y luego saltando detrás de una ranita. Amanda tomó un poco de café del fogón y se sentó a esperar, cansada de andar caminos y de empacar maletas. Tenía la esperanza en un milagro, para eso el día anterior le había hecho un altar a los muertos y les había rezado con devoción, como una noble bruja, humilde y serena.

-Buenas tardes señorita, gritó desde el camino un hombre viejo. Amanda alistó el guarapo - no lo vi llegar,  le provoca un guarapo?  El hombre soltó una risa - igualita a la nona, sólo le falta el tabaco en la mano Amanda. Se quedó ella perpleja, con la taza en la mano y él se le acercó mucho más al portal. -la distingo porque es la mera cara de su padre y el carácter de su madre, pero sobre todo por ese parado, así se paran las de su familia, su tía por ejemplo, agarró un revolver y encañonó a un liberal en la violencia, cuando desaparecieron a su tío y le gritó así con voz de mando - Lesmes, o me entrega el cuerpo de mi hermano o aprieto esta joda. ¿Le habían contado esa historia? Fíjese que ella tenía ese mismo parado suyo mientras empuñaba el arma- Amanda estiró el brazo y le entregó el guarapo. -cómo se llama el señor? Él le sonrío con pocos dientes -dígame Diablo, le respondió.

Con calma Diablo se bebió el guarapo y la felicitó porque estaba a buen punto, le ofreció su ayuda para manejar la finca y se volvió a perder en la niebla. Con las pantaneras puestas y un palo, Amanda se fue a explorar la tierra, se echó las arepas a un bolso de tela, queso en hoja de plátano, un pedazo de panela, guarapo y agua. A lo lejos encontró una casa llena de cruces, las cruces hechas con tiza de espantar hormigas le recordaron malos presagios, en esta casa de debieron  haber enterrado muertos, muertos rojos, muertos en camuflado, muertos de poncho, muertos con hijos. Todo Santander había sido una gran fosa y por aquí no debe sino correr sangre -pensó, este pueblo godo y mi nono liberal dijo pasito. La puerta tenía un candado y Amanda lamento no tener un machete, una llave, un algo. También olía a mierda, como huelen esos canales de las aguas sucias en las fincas, se devolvió corriendo y detrás de ella castañuela, Amanda esperando encontrar al menos un hacha para ver entre el rancho porque lo protegían con cruces.

Al voltear la mirada dio un brinco, Diablo estaba detrás suyo con cara triste -la mataron- y apretó los labios. Amanda sintió que se le helaba el cuerpo y se le detenía la respiración. -¿qué pasó?- Diablo miró a lo lejos -llegaron una mañana a decirme que ellos mandaban y yo les dije que sí, porque aquí quien manda es el gobierno del monte, los señores del monte. Yo tenía una camiseta del candidato de ellos, eso me salvó, me llevaron niñita, me llevaron y me apalearon, no se cuántos días estuve en esa oscuridad ¡dígame! agarraron al hijo mío también y mi señora se quedó ahí, ella salió pal pueblo donde los hijos, ¡no fuera! . Me preguntaron cincuenta veces quién era la que cobraba la remesa, cincuenta veces y esa muchacha tan joven. No se cuánto tiempo estuve ahí, porque les di el nombre de ella, pensando que escaparía la condenada, sí es que son guapas las muchachas, son duras pa caminar, y ella cobraba las remesas. Cincuenta veces preguntaron- Diablo agarró un tabaco y empezó a fumar, se reía de a poquitos como a quien le enseñaron a reír y no a llorar y no habiendo lágrimas tiene que reírse con una mueca macabra. Amanda sacó un par de peches, uno se lo puso en la oreja y el otro lo encendió sin que Diablo le encontrara la mirada. 

No comí durante días, cuando me soltaron me dio miedo comer y si se me estalla el estómago- continuó Diablo-.  Una pausa y una risa -vinieron y le pusieron trampa, tuve que llamarla y decirle que viniera por la remesa y ahí, yo le sentí la voz diferente, yo dije, eso era otra pelada, se logró escapar la zurrona, pensé. No. Yo llegué a la casa, me dijeron que gracias por la colaboración, no me mataron, preguntaron cincuenta veces, muchos nombres. Allá estaba la ropa de ella, me dejaron los calzones todo, me mataron mi única vaca la dejaron descomponer y a la vaca la enterraron, a ella no, ella estaba ahí junto con la vaca. Me acabaron todo y me compraron la tierra barata ¡que más hiciera! agarré los calzones, los puse en esta finca y a ella ni la toqué, ¡no vaya y sea! volví por usted Amanda, pa cuidarla.

Amanda se dio cuenta que ella tampoco podía llorar, sólo se fundía dentro de las pupilas oscuras de Diablo, apretó los labios de la misma manera que Diablo y entonces comprendió que llevaba su sangre. -igualita a su nona mi Amanda, con el tabaco en la mano-. La niebla se hacía más espesa y castañuela ladraba a los aparecidos. -Mejor y regresamos Diablo, la bruma nos va a tragar- le dijo encendiendo una linterna y buscando volver a pisar sus huellas para no perderse. Pero él ya no la seguía y ella sintió un dolor de siempre en el alma. -Tierra, tierra porque dueles tanto- quiso gritarle a la montaña, pero en cambio se detuvo a querer mirar entre la bruma, encontrar los ojos del muchacho, encontrar un claro, alguna señal de que no flotaba entre las nubes, porque sentía el mareo de las botas, de las remesas y de las muchachas muertas, todo eso se le incrustaba como una hiedra en el corazón. 

Pensó Amanda en la gravedad de las cosas, decían en las noticias que no pasaba nada, había paz en esa tierra de cabras y matones, pero lo que ella encontraba era silencio y cruces, que se levantaban en cada giro del camino. Pensó abandonar la tierra heredada, quiso que Diablo apareciera de nuevo, la sacara de la bruma y la llevara a la ciudad como una niña perdida. Pero como las de su estirpe, encendió otro cigarrillo y esperó a que llegara la tarde para cantar una canción en la guitarra. 




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