Amanda: un vals en wien

Amanda tomó sus libros y bajo las escaleras, ahí debajo en los baños, se cambió la ropa y se puso un viejo vestido negro comprado en los sótanos del Maremagnum, dejó la ropa en el casillero y tomó el tranvía hasta el parque de diversiones. Ahí estaba Sebastián, una botella en la mano y ella sin más peso que el de sus sandalias y sus piernas. Lo saludo con dos besos, como saludan las españolas, le dio un beso más en la frente y él le susurró en el oído, my lovely, lovely Amanda. De su chaqueta, Sebastian sacó dos hermosas copas -las he robado de tu bar preferido- le dijo, y ella recibió una de ellas, acomodándose el pelo con su otra mano, ese largo largo pelo, infinito y desordenado.
En el canal Amanda contaba historias lejanas de revoluciones y dictaduras y Sebastian le contaba cuanto había amado a una mujer de Kiev y cómo la había olvidado sin poder volver a enamorarse de nuevo. Amanda experta en coser los corazones pateados de los niños perdidos comenzó a bailar para él y Sebastian se lanzó sobre ella, con toda la furia de dos años de no haber amado. Casi su boca rozaba la boca de Amanda y le puso la copa en la boca con los ojos llenos de miedo. Luego la incorporó y le dio un aerosol, -pinta ahora Amanda- ella salió a correr hasta uno de los muros y dibujó árboles y ríos y selvas, también dibujo a una india y a un jaguar. Sebastian sonreía como nunca, pintando y contando cómo no la dejaría ir de Wien porque hasta ahora ninguna chica de su posgrado se había atrevido a romper el silencio de los muros.
Amanda le pedía que no parara de hablar, -los alemanes hablan hermoso en inglés- le dijo con las manos duras de aerosol. Y Sebastián muerto de miedo se le acercó y la tomó por la cintura. La brisa del antes verano, trajo unas gotas de agua y entre las briznas del otoño, tomó las manos de Amanda para bailar un vals, un vals mudo que sólo se escuchaba en las cabezas de ambos -¿Wagner?- bromeó Amanda y él la acercó más a su pecho, -Strauss- le respondió. Bailaron por extensos minutos, -Dudamel y el danzón 2 -le dijo ella y él la besó en un beso dulce, largo, profundo. Amanda que no sabía amar en otro idioma que no fuera el castellano, le susurro un par de poemas y sólo cuando ella terminó el último verso, se dio cuenta que ambos estaban empapados.
La wien de noche, vio correr a dos muchachitos de arriba a abajo, con dos copas, aerosoles y una botella de champaña barata. Fue la noche más larga del mundo, porque no pararon los besos como tampoco paró la lluvia. Sebastian puso a Amanda en sus piernas y ella sintió que era un mar donde sumergirse, un mar calmo, claro, tan azul como sus ojos. No tuvo más escapatoria que quedarse detenida en su cuerpo, moviéndose en el ritmo de las olas, dejando que le devorara los pezones y que el último rastro del verano fueran sus cuerpos desechos e inexistentes, sólo como un gemido, un grito, cuerpos que ahora eran sonidos. Sebastian se perdía con torpeza en las curvas de Amanda y ella lo recibía con violencia, toda la violencia le había dicho días antes, de una herida colonial.
Hubo muchos mordiscos y centenares de besos, derramados con descaro mientras sonaba toda la colección de románticos, todos los violines, todos los chelos, todos los movimientos. Amanda esperó que Sebastian durmiera, lo besó de nuevo en la frente y
se escurrió por entre el nórdico de la hermosa cama. De puntitas buscó la puerta y se fue. Esa madrugada el metro estaba lleno de inmigrantes que buscaban llegar pronto a los trabajos, Amanda quería esconder los besos que tenía encima, pero era imposible, tanto afecto no puede esconderse y menos con un cardigan, desde el centro hasta Johanna Gasse.
Cuando llegó a casa tenía un mensaje -quédate conmigo un día más, sólo un día más- Amanda con ojos de miedo, tomó su maleta y llegó hasta la Universidad, sacó sus libros y tomó el metro hasta la estación de buses. - Un tiquete para Varsovia, dijo- y se quedó mirando por la ventana, la multitud de gotitas que le impedían ver la Wien de día, habían pasado cuatro meses desde que en una conferencia había visto a Sebastian entrar, tarde, entre afanes, -¿es esta la conferencia de Amanda Alcantara? - y alguien le había dicho que ya se había terminado - tendré que verla la próxima vez en Berlín- había dicho y Amanda lo había escuchado todo.
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