Esas Horribles Càrceles del Cuerpo

La foto es de Santiago Martínez Medina, en Viena 2012

Iba yo caminando por mi barrio lleno de huecos en esos ardores de la adolescencia, cuando cualquiera me gritaba flaca y de ahí para adelante mejor ni hablar. Es que en los 90 la mujer valorada en la clase media baja, gozaba de anchas caderas, una cintura pequeña y un par de pechos talla 42. Esa era la gloria para los hombres, alguien dijo en esa época que era una cosa animal, que los hombres buscaban caderas que aguantaran mùltiples partos, senos que alimentaran batallones. Me miraba en el espejo, lánguida, piernas interminables y un bra talla 28 me sentía un bicho relegado y feo de pelo desteñido -aquí le decimos mono- de ojos indios, la antítesis de la colombiana de mirada mora y voluptuosidades negras, yo era una cosa ahí indeseable en esa dolorosa adolescencia. 

Llore bastante el hecho que llegara una diosa caleña a la cuadra y que se llevara a la mitad del barrio en piropos, besos y flores. Entonces encontre la maravillosa estética del grunge y el rock n roll, pantalón roto, mirada de quiero matarte, soy darks, tu no eres darks. No tengo ni idea que pasó al terminar los 90 pero los ideales del cuerpo cambiaron de una forma drástica, se habló en la familia que una prima pequeña tenía anorexia, yo no podía comprender cuál era la fascinación por verse flaca si yo ya había llorado mares porque por esa razón no conseguía ni que me persiguiera la fiebre del pato. Cuando me detuve a pensar dije ¡llegó la hora de las flacas! pero error, seguían las cárceles del cuerpo.

Me di cuenta que uno tenía que ser talla 6 de pantalón, piernas anchas sin embargo y además, volvamos al eterno retorno, pechos grandes. En ese momento a mis 19 todavía no lograba verlo como un exabrupto y como tenía un novio desgraciado que tiraba la baba por mi amiga negra y sus maravillosas piernas, le rogué a mi hermano químico que me hiciera aceites y mejurjes para engordarlas. Me senté con calma a tragar como una desesperada, papa, yuca, plátano, arróz cualquier cantidad de harinas para engordar esta pobre humanidad y con ella piernas, culo, pechos. Una tía me dijo -liz los senos son grasa, eso métale a la grasita-  la cosa divertida es que nada, yo seguía siendo un palo, muy dinámico eso sí, menos pendejo cada día también. 

Le encontré el gusto a la comida, cada día más a los libros y menos a la cosmopolitan y a la vanidades. Usé todas las formas de lucha para someter el cuerpo al engorde. Nunca fue posible. Di con Iván all my days en la temporada de las siliconas y pese a que ya era toda una socióloga de 24 añitos le dije -¿será que me pongo implantes?-  las mujeres somos así, el amor habla, el amor es un oráculo, uno ve ocasionalmente una porno y esas maravillas que se hacen con la talla 42. Me respondió con cara de santandereano malhumorado -te pones silicona y yo te dejo- respuestas acertadas para pendejadas emergentes, por primera vez me sentí guapa y deseada, así, menudita, larga, audaz. No crean que después pensé que era patético hacer conciencia gracias a que el novio de uno le decía tres cosas, luego me dije ¿y por qué no? si los machos lo meten a uno en una cárcel, que lo saquen también!

A los 25 me olvidé de las cárceles mediáticas del cuerpo, lo de Iván fue epifanía pero lo que vino fue un trabajo indomable de re - pensar todo lo que cae en la vida de las mujeres. Mi adorado colegio de monjas que nos disciplinó a todas, como varillas vestidas de azul, todas con sonrisa de perro, todas señoritas, todas "muchas gracias, muy amable", todas con listoncito blanco en el pelo. Que las mujeres no roncan, que las mujeres no babean ¡mierda! nos querían dominar hasta dormidas ¡el colmo! carceles hay hasta en la militancia: que las revolucas no usan maquillaje, que no usan tacones, que eso es para las alienadas, que si tiene manicure ¡compañera cuidado se ensucia las manos como una obrera! que si uno se pone una mini ¡compañera el macho patriarca y el mercado le están dominando el cuerpo! ay ya ¡no más! voy a empezar a hacer la revolución en tacón puntilla y teñida de rubio Monroe. Y todos los dioses incluyendo a la virgen María y a Kali, nos liberen de las cárceles de la academia y las voraces arpías cuando entra por la puerta una compañera nueva a quien se le dotó de un maravilloso cuerpo natural y la mente de Marie Curie, mejor que esa mujer se vaya al exilio, porque la queman viva.

Ahora con treinta confieso que tengo panza, también algo de celulitis. Me gusto, aunque la vida le va regalando a uno detalles de poca coquetería como entrar al club de la dureza de pies por andar de trotamundos en sandalias de 6 euros o esas herencias hormonales que no cesan como los granitos tan democráticos, tan libres que emergen en la cara de uno recordándole que es mortal. Nadie sabe la felicidad que da enterarse que a los hombres les gustan las mujeres, de todos los tamaños, sabores y colores, que hay unos desvelados por las carnes generosas y otros por largas y delgadas piernas, que a uno le siguen gustando ellos con sus miembros pequeños, grandes, medianos, con panza y calvos, al final juntos hacen maravillosas producciones en masa de prolongados orgasmos, juntos caminan, juntos discuten, juntos hacen mundo. Pero nadie sabe la felicidad de mirarse al espejo y sentirse una, amarse cada rinconcito y cuidarlo con un amor constante como viejita con su maceta de violetas. Así en ritual poro a poro, granito, dureza, ronquido, baba y todos los demás lugares comunes y antiestéticos pero al fin humanos que no voy a nombrar. 

Esas horribles cárceles del cuerpo tienen que ser derrumbadas y aunque suene recalcitrante los hombres tienen un fuerte papel en esto, el mercado mucho más, las madres un papel determinante, las amigas, las otras mujeres. A mi no me da vergüenza haberme sabido prisionera, no soy un hada prístina, ni una princesita de cuento, soy una muchacha, así linda porque un día me cansé de los barrotes y me dio la gana de irme, me dio la gana de serlo. Cada rasgo que existe en mi cuerpo es una geografía de los andares, de mis recorridos, de mis viajes, de mis amores y desamores. Por eso cuando un tipo me sale con un ¡tu roncas! o una amiga con ¡que flaca que estas! yo respondo con una sonrisa ¡si señores y nadie me quita lo bailao!

Comments

Antiesperanzo said…
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Antiesperanzo said…
Dentro de esa íntima imperfección en cada entidad, vive lo que las dota de singularidad y de inmortalidad. Y a veces sucede que donde empieza la imperfección de uno, florece la perfección del otro, lo cual no deja de ser otra encantadora alternativa.

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