Enseñar es subversivo y mejora la salud

Yo tenía 22 cuándo comencé a dar clases, no sabía la fuerza que tenía pararse frente a los incrédulos estudiantes que me miraban con desconfianza, me temblaban las manos, se me quebraba la voz. Tres días antes había preparado una clase introductoria sobre el sistema social simple y el sistema social complejo, sabía de eso, había pasado cinco años de sociología y me gustaba hablar en el barrio y como siempre... contar historias.
Después de ese día, día fundador de esta vida de 29 años, el mundo ya no fue el mismo. Comencé a comprender que el acto de enseñar era la posibilidad de construir, se me venían las ideas como una tormenta, recordaba las palabras de algún profe de antropología que me había dicho que las mujeres tenemos el don de nombrar el mundo y los rostros de los estudiantes me parecieron islas de futuro, espacios de esperanza. Ese día cuando cerré la puerta y me despedí, me di cuenta que era la mujer más feliz del mundo, que había encontrado una vocación.
De las tardes de mi adolescencia trabajando en el barrio, aprendí la maravillosa experiencia de recibir, de dar, de aprender con los otros, en esos tiempos cantaba, me tomaba una cerveza con los líderes que no sabían leer ni escribir y veía como mi papá lo hacía, como enseñaba inglés en las montañas más inhóspitas de esta tierra de nadie. Enseñar, aprender, transmitir, apasionarse, darlo todo, darlo con una emoción desbordante, y no dejar de ser río, de correr, de zumbar de no aguantarse las ganas.
Luego fue la Universidad Autónoma y la del Rosario, May, Yeny, Diana, Camilo, Oscar, Natalia, Maria de los Angeles, Sergio... tantos rostros de esperanza, me di cuenta que con ellos la cosa iba más allá, que enseñar también es transformar, a ellos les debo risas, llantos, iras, emociones sobre esta esclava Colombia, pero ellos fueron más que contención, me di cuenta que enseñar también es liberar y a ellos también les debí querer regresar a esta ciudad que como dice Javier es una Ciudad Nadie.
La gente me preguntará que porqué escribo esto, pero es que hoy, en mi segunda clase en la Universidad de los Andes, me armé de ese día soleado de 2002 y como un ciclo de buenas vibras y regalos, fui la mujer más feliz del mundo. Ay profe Castillejo, ay Carlitos Yañez, ay Milciades Vizcaino yo soy una mujer de pasiones, educada por ustedes, hombres de pasiones.
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