Batería de mentiras: a las mujeres les gusta que las maltraten
Lo escucho en toda la América, sobre todo en la Latina, al parecer por lo menos culturalmente no nos quieren. El mito de que a las mujeres nos encantan los puntapies, las negaciones y las malas plabras, está fundamentado en un argumento sencillo "les pegan y se quedan ahí" así de bendito y divino es el sentido común, más poderoso que los movimientos de hombres y mujeres que nos dijeron que la población LGBTI y nosotras teníamos derechos, al parecer es más fuerte la división sexual del trabajo por ahí en la prehistoria, cuando machos y hembras se organizaban por su naturaleza animal.
A mi, que abiertamente puedo decir que he estado en más de una relación violenta, me podrían tachar de víctima de la violencia de género, de una mujer a la que evidentemente le gusta que le peguen. Pero es que la afirmación es tan violenta como un puntapié, porque desconoce las urdimbres, los conflictos y por qué no, la esperanza de construir que se genera al interior de las parejas. Por lo tanto uno sólo podría justificar el por qué se quedan las mujeres con hombres golpeadores, por la misma razón, el mismo argumento de por qué les pegan, es decir, por las relaciones de abuso de poder que generan un derrotado y un ganador, un opresor y un oprimido y esa relación es tradicional, conocida, es lo que muchos llaman la construcción desde la dominación y la dependencia. Pero en la violencia todos pierden, maltratadores y víctimas y como buenos humanos, oscilamos en ciclos de violencia en los cuales tanto ellas como ellos nos convertimos en víctimas o perpetradores según el nivel de complejidad de la relación.
Pero adicionalmente afirmar que a ellas les gusta que les peguen, no es sino justificar la deshumanización de las mujeres, negarles su responsabilidad en los conflictos y para colmo de males, no les da un lugar como potenciales sujetos, las niega a un mero gusto superficial hacia los hombres malos, cuando toda la industria cinematográfica, el barrio y hasta los agentes institucionales: curas, médicos, profesores, nos venden la necesidad de soportar y entender al hombre, de ser su soporte emocional y afectivo, lo cual está muy cerca de enseñarnos que debemos soportar que nos golpeen a cambio de la promesa del matrimonio feliz con casa, carro y niños rubios. Si al cocktail inequitativo se le suman unas buenas gotas de sobrevaloración de la imagen femenina como madre - mártir comprometida, y a rechazar el abandono del hogar porque "hasta que la muerte nos separe" o porque él jamás la dejó trabajar o porqué fue muy eficaz en crearle una imagen de una mujer que no es ella, es la idea que él tiene de las mujeres y ahí, el problema es del maltratador no de una.
Quizás ese factor, la destrucción de la imagen propia y el establecimiento de una figura femenina rota, descompuesta, mala y desobediente es una elaboración que lejos está de cada mujer, pues todas como cualquier ser humano, gozamos de una complejidad existencial, que no puede explicarse con cinco características negativas que se transforman en el libreto del maltratador. Pero como el lenguaje es tan poderoso, su éxito es la colonización de esa idea en nuestra imagen propia y por lo tanto, nos olvidamos de quiénes éramos y en esa melcolcha violenta de destrozo del sí mismo, quedamos atrapadas en "el salvador", ese hombre que está con nosotras a pesar de lo malas y poca cosa que somos.
Y es que eso se ata con las mentiras de las mujeres, por ejemplo aceptamos a un hombre que ni queremos, ni admiramos sólo porque el dictamen de la maternidad y la compañía, nos enseñaron que eso es más importante que hacer la vida y desear qué se quiere en la voluntaria y maravillosa soledad. No, primero maltratada que soltera, porque para la sociedad nada estará bien, si ella se casa será una sumisa, si ella se queda libre es una puta, con lo cual, así la vida se le enreda a cualquiera. Si llegas a los 30 y no tienes marido e hijos perdiste o si llegaste a esa misma edad sin ninguna de las anteriores también. Otra collección del clásico: el cuerpo y la vida es de todos menos de nosotras.
Sueño con cosas muy específicas como que dejemos de reducirlo todo o por lo menos cambiar elementos de nuestro sentido común que destruye y disocia. Así sólo nos queda una responsabilidad social con nuestras mujeres maltratadas: darles herramientas para que no se olviden de ellas, para que guarden su identidad y su trayectoria vital como patrimonio de ellas y un logro sólo de ellas. Nuestro esfuerzo tiene que ser social, no sólo de vigilar y castigar, porque cuando un hombre es violento por la cultura quizás algún día cambie, pero si lo hace ideológicamente o porque tiene un problema brutal de sociopatía o misoginia, no hay más chance que subsidiar la terapia y alistar maletas, el adicto no dejará de serlo, el vividor tampoco y el torturador ya tiene muchos líos en su cabeza como para existir dignamente.
El esfuerzo es increible, construimos cada día, como humanos y humanas tenemos la reflexividad como un arma poderosa de transformación y en esa medida ni el aislamiento ni la condena social ni la exclusión hacia perpetradores y víctimas son la respuesta. La respuesta es sencilla, no odiar a las mujeres, no odiar a los hombres, como sí tener una conciencia del autocuidado y de la soberanía que aún ni siquiera nuestros hombres tienen, una lucha que pasa por la etnia, la clase, la procedencia, la escolaridad o el género. Por eso, quien comprende la inequidad de alguna de las relaciones sabrá que su caldo de cultivo fue la casa, el padre autoritario y maltratador con la madre y la madre con los hijos, una cadena de tragedia que es imperativo cambiar. A las mujeres NO NOS GUSTA QUE NOS PEGUEN, la sociedad así lo proyectó porque la historia de la humandiad no es una historia de justicia sino de impunidad.
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