Pare de sufrir: Ese toxic toxic boy

Luego a algunas les llega a otras no, esa primera borrachera, la mía fue un cinco de enero de 1995, estaba tan llena de Johnny Walker que vi a dios y canté abarajame la bañera, un clásico de todos los tiempos con el pantalón desabotonado, con mocos y hablado en letra cursiva, mi pobre novio tuvo que regresarme a los brazos del padre y el padre guardó un silencio sepulcral al otro día, hasta que llegó el tío a salvarme y me llevó a otra rumba. Para mordida de perro, pelos del mismo perro, pensé y me bajé una cerveza águila con la avidez de quien descubre en la embriaguez el secreto de la felicidad efímera, de la huída. Yo era suficientemente mala para emborracharme, pero vi como mis amigos sudaban frío cada lunes a las 7:00 de la mañana para enfrentar 17 años y una carrera universitaria, no se podía entender la teoría funcionalista sin unas dieciséis cervezas encima. De nuevo, delirium tremens, avispas que trepaban el claustro y la sensación de querer llegar a los brazos del Chinche, de Homero, de Marielita, de la cantina de la concordia para olvidar esa adolescencia que no se comprendía. Otra vez, vómitos, otra vez estómago revuelto, otra vez descansar para el martes recaer en los excesos del ron jamaica.
Lo mío sin embargo tuvo menos de ron Jamaica y más de Moscato, un vino dulce pero traicionero, que le daba a uno esa mal intencionada sensación de bajar suave, de no dañar nada. Por los incipientes 17 que uno tenía, podía soportar la resaca después, pero entonces igual que el moscato apareció ese toxic, toxic boy. Uno podría indentificarlos como ya dije, en ese post sobre los Jim Morrison, por sus ademanes de poetas malditos o de niños bien, pero la característica de los toxic boy es enganchar en un círculo demencial que viene adobado por toneladas importantes de dulzura y caballerismo que te recuerdan los príncipes y los amores cortesanos. Hasta ahí nuestro feminismo tropical se va a la basura, más puede un chico haciéndote tés en los momentos duros y existenciales de las lunas brujas y de los desesperos femeninos que el Segundo Sexo y todos los libros de la Scott. Como ese dulce rojo, como ese vino, como el primer plon de un cigarrillo, como la dulce Jane en una tarde de crisis de sentido, llegan sus toxic tardes de besos. Mi droga nunca fue el chocolate árabe ni la maría asiática, ni los chutes excesivos de los 80, lo mío fue perderme en los ojos, en los te amos y pensar que esa serotonina, ese vacío que algunos buscan en los extreme sports se conseguiría agarrándole la mano a un niño de ojos bellos, perturbado, insomne.
Pero los besos no son transparentes, tienen un halo de aguardiente, de maltrato. Poco tiempo después de los tés vienen las manipulaciones, decirte que no lo quieres si no estás con él todo el paso de las horas, llamarte libertina por el solo hecho de ser, habitar el mundo con otros, morderte duro los labios porque él no es tu vida entera, tu vida también es el trabajo, los amigos, las amigas Y todo esto que pasa en tu vida, todo gira rápido entre besos dulces, te embriagas. En esos momentos todo son luces y vives en función de los destellos y del mareo constante pero delicioso de estar en sus brazos, eres una princesa, una diosa, una guerrera, una virgen, una magdalena sagrada que tocan apenas con la punta de sus dedos. Después viene la resaca, la fokin resaca.
Un día te despiertas y te das cuenta que te han estado maltratando, evalúas que lo mejor es irte, pero no lo logras porque estás ahí en un sueño de opio agarrada a sus tentáculos tan calientes como un invernadero, pero luego algunas nos transformamos en furias, en arañas, mordemos, pateamos, luchamos y por el camino nos transformamos en verdugos, en personas iguales o peores que ellos. Yo por ejemplo un día pegué un par de puños de frustración ante esos milenarios adjetivos que nos duelen. De diosa pasas a perra, de virgen pasas a puta y así, el ciclo de la historia se mete en las violencias cotidianas. No somos peras en dulce, somos tan solo mujeres, también nos equivocamos, también hemos entendido que ser puta es ser valiente y todas hemos tenido o queremos una amiga prostituta que nos salve de una tormenta, de una noche dolorosa.
Te llaman víctima porque acudes a los pocos buenos amigos, todo se vuelven noches eternas donde el sol sale apenas unas pocas horas y al parecer ya no comes o comes demasiado, te pones a engordar de una manera vertiginosa, pareces un cadáver caminante tan pronto como pestañeas. Lloramos, nos ponemos tristes y feas, perdemos el brillo y lo único que nos hace felices es el té y las caricias del toxic, toxic boy. Hasta que llegan las epifanías en medio de los excesos del te odio - te amo, esa montañita rusa de la ambigüedad que se mezcla con el sentimiento de orfandad y malquerencia de los años de la infancia. Te das cuenta que no has aprendido nada, que cuando te vayas de él otra llegará a sus tentáculos, tu quedarás como la canción de Hector Lavoe, por unos días triste y vacía, hasta que como toda mujer comprendas que caer en un toxic boy solo es posible si tu eres una toxic girl.
Tendrás que repasar cada momento del dulce rojo en tu boca, cada noche en que te sentiste abandonada, cada pedacito de odio que dejaste regado en la alfombra de tu casa de niña y que debes interpretar. Pasarás un tiempo intentando reconstruir bien la historia para dejar atrás las malas relaciones, querrás comprometerte como una mujer madura libre y plena y quizás con mucha suerte encontrarás un amor más sano, tranquilo y sin querer ser Sid y Nancy. Ella murió apuñalada en el Chelsea Hotel de New York, él tuvo que suicidarse y llevarse a su paso a la siguiente toxic girl. Te quedarás pensando que quizás ya estuvo bueno tanto rock and roll, tanto punk love, irás a los brazos de la lápida de tu muerto favorito y le dirás: él me hizo, el no me quiso, el me dejó, yo lo dejé, se fue el amor en un avión que cambió ocho veces de itinerarios, se fue en la última copa de Jack Daniels, en la puerta cerrada, en la despedida una madrugada de agosto en una ciudad del viejo mundo.
Todo termina cuando te das cuenta que eres alérgica a los dulces con colorantes y prefieres esa gomita que está en el fondo del neceser de Margarita, esa que nadie escoge en la chaza de la monita de los dulces, la miras tímidamente y te das cuenta que puede ser pero que antes de tomarla y en virtud de tus 33 años tendrás que leer sus componentes, observarla un rato y morderla sin miedo, entregarte a esa virtud de comértela con el mayor de los agrados.
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