Indian Summer: sobre las batallas

Lo fácil nunca ha sido mi sino. Me gusta estirarme toda y crujir un poco, lo hago para volar y claro, duele volar un poco porque aveces parece que las alas no me soportan, me canso y me enfermo. Desde hace un buen tiempo amo la soledad tanto como la buena compañía y odio la desolación tanto como la embriaguez de los excesos. Me estaré volviendo vieja como para preferir la comida orgánica y las tiendas de artesanías, me gusta hablar con las viejas y que me cuenten historias de mujeres emancipadas en el calor de mayo del 68, historias de exilios y de amores cuentan estas hermosas mujeres y yo me enamoro de ellas y quiero brillar así como ellas, imparables y plenas.

Cambridge es un pequeño paraíso para mí. Todo está lleno de bibliotecas y restaurantes, de libros y mas libros como acaso soñé algún día en mi infancia, en esos tiempos en que la narrativa de Cortazar y de Carrington,  junto con las pelis de Gilliam eran mi mundo, . Mi vida era completa porque tenia unos padres amorosos, una familia extensa, un perro y una bicicleta. Me he dado cuenta que todo eso anda en mí, me recorre cada vez que contemplo Cambridge y Harvard. Lejos de pretender ser la élite que jamás seré creo firmemente en el poder de retirarse a los ombligos del mundo. Al poderoso Yucatán, al mágico campur, al misterioso Fez, a mi origen en Pamplona y Tibaná, a mi amada Barcelona. Cada lugar de estos me redefinió como hoy Cambridge lo hace. Estoy refugiada en un lugar dulce y maternal, un útero mientras dejan de crujir mis alitas tan usadas.

Mi recorrido por el mundo buscaba algo, era una batalla de huidas cada vez que mi alma se sentía vacía. La mirada de los bere -bere del desierto, las risas mayas, el afecto de las manos negras en los bateyes de la frontera entre Haiti y Dominicana, mi amigo polaco y nuestro pathos compartido en esas conversaciones densas y trágicas,  mis ojos yucatecas y mi voluntad abyayalana. Alonso y su hermoso acento chileno, el calor que sólo puede darme una amiga del alma, catalana y rebelde. Siempre volver a Andrés y a nuestros 13 años incluso en un piso de Berlín o en una plaza de Cadaques. Me devoré el mundo con Iván y sin él. Lo he caminado un poco, poniendo como límite mi cansancio físico y descansando siempre en los brazos de mis buenos amigos, con los tés de Juan, con la amorosa Kellyn, con mis ladies runaways que son espejo y gasolina. Siempre volviendo a mi perra y a sus ojos profundos, siempre besándola,  otro lugar de paraíso perderme entre sus bigotes y su hocico. Y mis padres: intactos, con sus alas abiertas diciéndome -vienes de una pareja de viajeros, nuestros pies caminaron tu patria, nuestras alas te criaron en las alturas de imaginar lo imposible.

Aquí estoy vida, para lo que me tengas. Si he de pasar incansables noches hasta que los dedos sangren y que en el delirio emerjan respuestas, si he de permanecer calma y las letras fluyan como uno de esos manantiales donde perdía mis pies y los volvía aleta y serpiente, esos manantiales del piedemonte. Aquí estoy en otro ombligo, el de las letras y el poder de la élite científica. Invoco a la mirada crítica para que el poder no me convenza, invoco a mi rebeldía para saber que esté donde esté mi ombligo es la periferia, el sur, la manigua. Invoco a todos los muertos para que mi pobre y poco conocimiento sirva para algo, al menos para darme dignidad y seguir luchando para defender la de otros. Aquí estoy para decir cuanto he visto, cuanto me ha transformado y cuanto prefiero las cocinas campesinas frente al bacanal de egos de la academia. Sí, no me salvo del egocentrismo, pero tampoco olvido mi llama, eso que me hace sentir, mover, amar y que no es mi camino, es una legión de almas, es patria, es comunidad, es nosotros.

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