Ese zombie, zombie love...

Si uno ha cantado en el último mes alguna canción de Radiohead, si le parece que  "y sin embargo" de Joaquín Sabina es un himno, si de repente siente un vacío al escuchar with or without you, si se angustia y despierta en suspiros, si en la caja torácica algo duele
y no se puede especificar que carajo es., pero duele al mismo tiempo que le pronuncian a uno lugares, ciudades o escritores. Si todo eso pasa a menudo y se acompaña de fiebres, de temblores o expresiones clichés y poemas de Benedetti incluso, si uno al llegar del trabajo se mete en cuentas de facebook ajenas y se pierde en los fangos inmundos de los celos sin piso, pues si todo eso sucede y uno está leyendo libros de autosuperación, es claro que uno tiene un zombie, zombie love. 

Para que pueda haber un amor zombie, se necesita que haya habido como en Lisboa, un hermoso tiempo de oro. Esos días así sean horas donde no existía más que el todo, un todo romántico y rosa, lleno de lo que a usted más le gustara, rock and roll, I - Ching, Pelis, comida hecha a dos manos, visitas con los amigos, risas, sexo,  vinos, tequilas, mezcales y porros, en mi caso. Días de conciertos, libros, mamás orgullosas de la pareja que uno tiene, suegras felices porque por fin su hijo es feliz. Mar, beso, lamido, abrazo, días dorados que son un material maravilloso para un clip de telenovela mexicana, sumada a bolero, caminada descalzos, baile en calzoncitos en la sala, cigarrito mañanero y café.  Pero adicional a esos diabéticos cotidianos, debe haber una sentida decadencia, la inesperada avanzada del hastío, el desafortunado aburrimiento y el odio sistemático a ronquidos, pisadas y cucos que permanecen colgados en el grifo de la ducha. Eso es lo de menos, la decadencia solo dice -ya no te amo como antes, ahora solo te amo- por como dijera un adorado amigo mío -el color de la costumbre-.

Son bien valientes los cabrones que se marchan para siempre con la otra, aquellas empoderadas que denunciaron al novio malo y le dieron vuelta a la página, los que se sentaron y decidieron con toda la madurez que nadie espera y nadie tiene, que ya no iba más. Los que se largaron en un avión y se despidieron con una buena despedida de sus parejas en sus repúblicas bananas y luego llenaron el hueco con alguien con su mismo código postal. Esos son los valientes, los otros son esa especie a quien llevaron mucho a misa en su infancia y que está obsesionado por el vintage. Una cobarde tendencia de creer en el amor a pesar que esté en plena descomposición como un corazón de vaca dentro de una bolsa  ziploc -idea del tan citado Jodorowsky-  los que quieren la necrofilia más que la carne fresca, los que amamos intensa y patológicamente como para no soltar las manos, cantamos demasiado en nuestra adolescencia Sui Generis y seguramente tenemos un blog y seguimos echando el I -Ching cada vez que quermos tirar el corazón de vaca a la justa y democrática basura. 

Los amores zombies matan, lo juro, cercenan... love kills muchachos y muchachitas. Si uno tuviera toda la inteligencia budista para dejar ir, para cerrar, para empezar. No puedo afirmar con certeza que alguna vez vale la pena luchar, pero es que los amores zombies no se dejan ni luchar. Si uno no bota el corazón, termina matándose, sea a punta de antidepresivos y whisky o sea a punta de sicarios contratados, una cortada de venas en la tina o asfixiando al otro. ¿muy exagerada? llevemos esto -como decía mi madre cada vez que la llamaban de mi colegio de monjas - hasta las últimas consecuencias. Por bien que le vaya a uno termina, o en el psiquiátrico,  o sin kilos y con cara de qué me le fue.  Ahora que si lo que quiere es rock and roll se le tiene: no se suelte y siga berreando. 

Pero miren a Lisboa, miren esa fascinación que causa ver las paredes con pinturas y trazos de antes, los tranvías de colores vivos, sus puertas que tantas veces cruzaron navegantes aventureros, el charm de Lisboa es precisamente su decadencia y el amor zombie, corazón podrido de vaca, tiene el indiscutible encanto de lo que fue y pudo ser. Pero los amores son amores y las ciudades aunque parezcan mujeres, son ciudades. Por eso hoy que pienso en los amores zombies, sólo los justifico en la medida que le dan de comer a Sabina, a Andrés Calamaro y a Adele, sin contar toda la empresa que se sostiene de la miseria del imperio amoroso caído. Justificar la presencia de un corazón en descomposición en la maleta, no tiene presentación, de lo único que habla es de la incapacidad de uno por dejar que se renueve, que vuelva a emerger rosadito y calmo. 

Mientras tanto uno sigue con los amores zombies, donde no se come otra cosa que los cerebros y las energías. Llega un punto en el que alguien decide botar la maleta y abrir las ventanas para que como dijera mi madre -se oxigene ese cuarto encerrado, niña- y entonces sí, uno puede estar solo como la una y disminuido, y no voy a echar el discurso azucarado de encontrarás a alguien mejor, no, será imposible, no existen dos Lisboas, existe Río de Janeiro, parecido sólo en un lejano acento y la metáfora no me sigue sirviendo porque aunque las ciudades sean misteriosas como los amores, son ciudades. Los que continúan beneficiándose de las teleseries del zombie love son los amigos, porque nadie sabe qué pasará después y siguen con palomitas de maíz viendo desde el carro la pantalla gigante,  ¡cuidado! los zombies pueden atacar en cualquier momento y Adele, pronto sacará disco nuevo.













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