Valeria: Las Hormigas Arrieras
campesinos colombianos en el lente de Efraín García
Las hojas todavía tenían minúsculas gotas de rocío, la tierra húmeda recibía los rayos del sol y entonces se vio a Valeria corriendo detrás de una gallineta. Valeria descalza en pijama blanca detrás del ave, pisando la tierra y ensuciando la orilla de la bota, pensando en el correteo de su amiga gallina. Al fondo de la casa de madera por la ventana él no la perdía de vista, había esperado paciente con el tinto de la mañana a que ella despertase y la vio amanecer cuando el sol rojo del llano penetró por la ventana y le besó esa pequeña boca roja. También vio como se estiraba, perfecta en toda su humanidad, vio como tenía sus mismas manos largas y delgadas y le dio felicidad que aunque esa no era su tierra de poetas y riscos, tenía paz en aquella selva verde y tupida, llena de jaguares y de tigrillos, de ecos de sapos vaqueros y de riachuelos vírgenes.
Allá estaba Valeria detenida en una gota gorda sobre la hoja caída de un guamo -mire nonito- gritó la niña - en la gota uno se puede ver- le señaló entusiasmada y él caminó hacia ella y la miró con ternura, le quitó el pelo de la cara, ese pelo que se pega inevitablemente en la humedad de la manigua. ¿vamos a moler el café? le preguntó y ella asintió emocionada corriendo hacia la moledora de la parte de atrás, cerca a su piedra preferida llena de lama y él sonriendo le dijo - pero primero la niña se pone las botas, que se lastima esos piecitos- Valeria torció su trompa, se devolvió a la casa de madera a buscar las botas de caucho y se las puso corriendo advirtiendo ese olor penetrante del veneno y el abono para los sembrados, se rascó la nariz y salió a la mañana de nuevo.
Valeria se puso un granito de algo en la boca y lo sintió meloso mientras él arreglaba el café -sáquese eso de la boca Valeria, no se puede comer cacao así- dijo él y ella agarró una bota de su pantalón y se le abrazó a una pierna mientras veía el andar de un ejército de hormigas arrieras. Se fue marchando con sus botas detrás de la última hormiga y sintió un halón en los pantalones blancos -para dónde va la niña- dijo él y ella se río contorsionándose como un gusano y dejando que él luchara para llevarla por los aires hasta la cocina. - aquí está la arepita para la niña, pero nos faltan los huevitos- dijo él y ella se sonrío de nuevo con sorpresa, ¿vamos a buscar los huevitos?
Los días de Valeria y él transcurrían entre pájaros cantores, arruyos de manantiales y cuidar de bestias. Llano de montaña, piedemonte templado, soles rojos y cantes de caporales y él con los ojos lejos en su tierra y en la niña, la nieta más pequeña, la hija de la que fuera antes la niña de su alma. - Niña, no somos de aquí, somos caminantes y viajeros pero nuestra alma está clavada en un pueblo frío y de montaña, un pueblo allá del norte del país- Valeria se sentaba en sus piernas y escuchaba las historias, contaba sus arrugas y besaba esa nariz aguileña y grande, le gustaba perderse en la geografía de su rostro, perderse en el sombrero, morderle las venas de su mano, con ligeros mordisquitos de cachorra amorosa, entonces le decía - nonito yo si soy de calor, no me gusta el frío de la casa de la tía de Pamplona- . Y Valeria soñaba que él hablaba con los tigrillos y con los runchos, que sabía las historias de las guacharacas y que podían nadar por debajo de las aguas del río sin necesidad de sacar la cabeza.
Después llegó el viaje y Valeria supo lo que significaban los pájaros. Fue una noche en la fría ciudad, que él cayó en la cama y Valeria ya no podía entrar más que a tomar su mano. En la ciudad ya no habían cacaos ni guamos, no habían piedras llenas de lamas, lo único que había allí era el canto de los pájaros, unos pájaros tristes decía él. Fue ese día en que la casa corría y olía a veneno, que Valeria escuchó llantos y por qués. Ese día sólo la madre se sentó a besar la frente del abuelo y luego fueron unas pocas flores y una caravana de pocas personas hacia un lugar que Valeria no conocía. Allá estaba la gente y estaba él durmiendo en una cama muy estrecha, Valeria vio como subían la cama hacia el hueco y gritó como una fiera tapir -hace mucho frío ahí dentro, hace mucho frío- pero nadie hizo caso y Valeria se sentó en el suelo y fue la primera vez que sintió un ejército de hormigas arrieras primero en sus piernas, luego en todo el cuerpo, escuchó el cantar de los pájaros tristes y los odió, se tapó los oídos con las manos y sintió que ya no tenía corazón, que se lo había robado el sonido desafinado del pájaro de ciudad.
Ahí en la ventana frente al jardín está Valeria, hablando con él y sus ojos nobles y profundos. Ahí está Valeria con las manos largas, con la boca roja, ahí está Valeria hablando sin cesar - nonito, ya cumplo 10 años, hace cinco años que no vamos a buscar huevitos, pero yo ya se escribir, ya se leer, ya me aprendí una canción en tiple, y nonito, yo siempre vivo con las botas puestas y nonito, todavía no me gusta ni el frío, ni los pájaros tristes de esta ciudad y de vez en cuando regresan esas hormiguitas arrieras que no me dejan en paz y entonces mi mamá me compra una guama y yo recuerdo a la gallineta y también a su sombrero, nonito ¿cuántas arrugas tiene ahora? mi mamá dice que uno en el cielo no envejece.
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