Amanda: otra historia de Amor


Y allí está Amanda pura tierra cansada, llena de raíces que la abrazan y le ponen agüita dosificada para que no se muera. Crece en Amanda un tallo tímido, suficiente para tener sol y gotas por cada temporada, gotas para sentir que está viva y que no muere por pura caridad de esa hojita. Tiene en la mano un par de piedras por si acaso algun tipo la asalta en esa ciudad de nadie, tan caótica, tan desesperada. Aquí está Camilo con su amante bailando en una esquina de la plaza, sin piedras. Camilo que es pura agua y que no tiene en los bolsillos más que besos para su chica, Camilo que la mira a ella, a la mujer de risa linda y pelo de maravilla, él también se ríe porque como es mar va con fuerza por la vida sin preocupaciones. Tiene en la mano un par de poemas para su amada y tres canciones para dedicarle en las noches de ausencia.

Tres pasos más acá, Amanda camina y se aproxima a Camilo, le pregunta si tiene candela para un cigarro, Camilo sacá un viejo mechero de los tiempos de la guerra y se queda mirando detenidamente por espacio de uno, dos, tres, cuatro segundos la mirada de eterna espera de Amanda. Ella frunce el ceño y sin paciencia estira dos dedos, Camilo enciende el fuego y en ese aire quieto y humedo la llama se extiende hasta la barbilla de Amanda que sopla para su tierra el aire muerto de la nicotina. Merci dice Amanda con la voz gruesa y cansada de 500 años de amargura.

Fabrizio se aproxima con una bandera y un megáfono que ahora le entrega a Amanda, con la mano compartida entre el cigarro y el aparato, Amanda grita arengas en el centro de la plaza mientras piensa que voz y raíz es lo que tiene, parecida a uno de esos volcanes de Nicaragua que se levantan soberbios y guardianes. Amanda cree que tiene una responsabilidad histórica que viene desde la turba de las poblaciones, desde el hambre de sopas de periódicos, de indias violadas y de obreros enfermos. Amanda la fuerza que le corre, un río que es un gran cañón que no carga agua sino el poder de la palabra, el aullido lastimero de la primera explotación blanca en su continente de oro y selva. Fabrizio la abraza, le da un beso en la mejilla y le dice que se fume el cigarrito y que después van por una caña para no perder la costumbre.

La plaza ya está casi vacía y Rodrigo le dice que se pase el lunes por su casa, una amiga mapuche quiere armar un grupo de mujeres para conversar sobre el nuevo feminismo, le cuenta que habló con Luz y que traera a un contador del tiempo desde Guatemala, dice que limpia el alma y que Luz le manda decir que le sacó una cita, el contador le ha dicho que crea en las casualidades y que debe llevar a su amiga para ayudarle a pasar de la tranquilidad a la siembra. Amanda no deja de fruncir el ceño y estira su boca, le dice a Rodrigo que seguro llegará a la reunión pero que respetando al contador no cree en las casualidades, sino como le dijera su amiga tupamara, en las causalidades. Caminando se tercia su mochila tejida en una sierra de Abya Yala hasta que la detiene el destino y no la deja pasar.

-Escuché lo del contador del tiempo- le dice Camilo con los ojos grandes de haber amado en las alturas de Cochabamba, Amanda le responde que hable con Rodrigo, pero él se ha ido, fastidiada le dice que le pase su teléfono y le contará más detalles. Una gota, dos gotas, tres gotas, Camilo le dice que mejor la invita a un concierto de música latinoamericana con sabor de mulatas, de playas soberanas y de poetas. Amanda no puede decir que no, ama la música como si fuera la extensión del alma, esa palabra que no existe para denominar la misma cantidad de amor, de amistad, de pasión y de entrega, Amanda cree que como los lenguajes son tan limitados y los términos tan reduccionistas, eso sólo puede nombrarse con una melodía tan antigua como el primer aliento de los dioses, melodía que todavía sigue buscando.

Tres paradas de metro más allá están Camilo y Amanda van por una caña que se quedó esperando en la mesa de Fabrizio pero que altanera le anuncia a Amanda el fin de la palabra y el comienzo del enlazador de mundos, de la tormenta tropical, de esas que sólo ocurren en el mágico Yucatán un día de julio. Camilo nunca perdió la inocencia, al contrario cada día más se impregnó de ella y sólo por eso él puede hablar con los pumas y los campesinos de su amada Bolivia. Aprendió que nada se busca cuando se camina sin más rumbo que el amor por la vida, lo peligroso de ese sendero es que todo se encuentra, incluso lo más dulce, lo más amargo, lo más sublime o lo más doloroso. La calle trae recuerdos de la grieta que se abrió en latinoamerica cinco siglos y 19 años atrás, Amanda le resume diez años de viajes por las historias de la gente, de un país que no ha parado de llover sangre y de sembrar muertos durante más de 60 años, de guerrillas encantandas por el olor del dólar y el polvo blanco, de políticos que llevan el apellido de los mayorales y de los criollos, de mujeres bonitas de caderas anchas que saben mover los hombros al ritmo de las tamboras cimarronas.

Tal vez fue la noche de ese verano malsano, talvez ese día no estaban allí los observadores de la historia ni las amigas de toda la vida, tampoco habían animales, ni insectos que pudieran atraer la mirada india de Amanda. Por culpa de las ausencias y de largas temporadas de sequía, Amanda dejo que Camilo le mirara los ojos y entonces todo fue agua. Como si el gran cañón se llenara pausadamente en dos, tres, cuatro minutos. En el agua nadaban horas de espera de un beso, sueños postergados por gritos y por malas vibras, rostros marcados por la ira de la masacre, años de guerra en el cuerpo y como Amanda no sabía donde desembocaría su río dejó que la abrazara para que la curara ese mar.

Desde ese día Amanda es pura vida. Tenía razón el ajq'ij al decirle a Luz que creyera en las casualidades, porque después de ese día Amanda dejo la rabia y como toda tierra humeda, negra y fértil floreció begonias y azucenas, salieron de ella orquideas y mantos de virgen, ramitos pequeños de no me olvides, azules belladonas y pensamientos, boquitas de dragón, pasifloras, también floreció Amanda lirios de lis. Nadie sabe con exactitud si Amanda está aquí o si Camilo está allá o si simplemente como el destino de todos los viajeros andan por el cosmos sideral, por la mente de un dios aburrido que se los imaginó. Sólo sabemos por evidencias que Amanda ahora carga caracoles en los bolsillos y que tiene en su pelo estrellas, sólo sabemos que Camilo sigue siendo agua y buscando como todo mar su origen, cerca de los manatiales, en el nacimiento de un río perdido en las montañas y coordilleras de Abya Yala.


Comments

Anonymous said…
Creo que este se ajusta:


Caminnando


Voy camino de la vida,
rasgando el tiempo,
¡ rasgando ruidosamente la noche!


¡ Camino!,
camino perdido en la penumbra de un momento finito
de la infinita nada…


Pedro José Madrigal Reyes
Vitor Taveira said…
Escribimos nuestra historia
con tinta color sangre
y sabor chicha
con este lápiz roto
que corta cuerpos
mientras dibuja sueños
y nuevos mapas
donde las fronteras
son embriagados abrazos
en un infinito circular

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