i used to: amar a mi dealer

yo en mis 20 años

Saúl dealer
Era la estación de la espera cuando yo conocí a Saúl. Eminencia de la Musiteca, lugar que todos los melómanos bogotanos buscaban en temporadas de delirium tremens para poder satisfacer esas ganas de música, esa necesidad de música. Yo no llegué por melómana, siempre he sido mala coleccionista, yo llegué a los 13 años en busca de un CD de Sheryl Crow (que mi familia se negaba a comprarme porque consideraba que la chica country era mala música), llegué menuda con mis 38 kilos, con mi traje azul y con esa mirada de susto que pongo cuando llego a un lugar que no conozco.
Allí estaba Saúl mirándome sin interés y mi hermano me curó el pánico escénico preguntándole por Sheryl y conversando acerca de un cd de talking heads que le había encargado desde hacía unos meses. Ese día Didier (mi hermano) salió con cuatro cd´s más y yo con el de la Craw que tanto quería, que tanto deseaba. Después de ese día regresé a la Musiteca sin Didier. Año tras año fui madurando entre los discos, escuchando las propuestas de Saúl y llegando a mi casa con un CD. Cuando ya cumplí 20, 21, 22, 26 me sentaba a su lado y él pedía una cerveza para mí. Me di cuenta que no sólo iba a la musiteca por un disco sino por reírme con Saúl, hablar con Saúl, y escuchar a Cibelle a Thievery Corporation y como siempre un fragmento de psyco killer. Digamos que en ese momento en que yo estaba sola, únicamente la música me hacía feliz y entonces le escribía a Saúl y le inventaba historias.
Sabía que era del eje cafetero, que viajaba de cuando en vez al extranjero para comprar música o para hacer contactos o con algún lejano motivo que desconozco. Lo que sí se es que antes de irme para Barcelona y ya con veintitantos años en la espalda, me invitó a tomar un café y me trajo de sus viajes una libreta artesanal para que escribiera las historias que tanto me gustaba escribirle. Esos días fueron bonitos, éramos felices absolutamente felices, por lo menos en ese pequeño instante que nos sentábamos a ver la lluvia, a escuchar música y a inventar historias.
Una semana después de llegar de Barcelona decidí ir a la musiteca pero antes que eso sucediera, en la prensa apareció un artículo en memoria de uno de los más grandes dealers de música de este país. Se me hizo un nudo en el alma porque me quedé sin Saúl, me dio rabia haberme demorado una semana. A mí que me recetó Ella Fitzgerald para no perder la memoria, un poco de Cibelle para sentirme nueva, a mí que me besó la frente con un solo de Page, a mí que me vendió Priesner y mis cincuenta razones para no morir. A mí se me murió Saúl y sólo hasta hoy puedo volver a nombrarlo. Tengo mi libreta llena de historias y un vacío de música en este corazón de viajera, en el profundo mar de riffs y solos.
Comments