HALT DIE OHREN STEIF


La ciudad de Bogotá es esquizofrénica, por eso no es raro que a quien viva en la ciudad le broten pequeñas agallas para poder subsistir a la polución y que le provoque romperse los huesos cada vez que el clima caprichoso le da rienda suelta a su manía o a su depresión. La semana estuvo congestionada de símbolos. Yo desperté cada mañana con un frío aterrador y las nubes grises velando los sueños tristes de un loco enamorado de las horas inconclusas.

El doctor Kreutzër no apareció los siguientes días, y fue necesario para que me encontrara con mi anterior amante, un caleño que se suicidó por amor, pero que, a partir de su muerte, se durmió entre mis senos adolescentes y siguió disfrutando del olor de mi pelo hasta que me volví una estadística de adulta joven. Pero a él sólo pude encontrarlo a través de Simone. Decidí solo por esa tarde de jueves ser amante de él y entonces, como Pzico Rouge también hacía parte de la bacanal de ménades amantes del caleño, nos encontramos con Simone en una universidad de élite que sobrevive en medio de fachadas coloniales y bosques explorados por marihuaneros y aventureras constelaciones de jóvenes sin más plan que comerse la ciudad.

Rouge Pzico y yo lloramos luego de que juntas nos devoramos a Simone. Qué tristeza tan profunda cuando la salsa nos rozó las mejillas y nos acordamos de que alguna vez fuimos infinitamente felices tras las rendijas de la cárcel de los deseos y la libertad de las medusas. En nuestras orgías de literatura, cuando había tiempo de leer regocijadas en el plenilunio, las líneas de un autor apenas conocido, o de un clásico o simplemente un cómic de los ochenta.

Luego la maníaca ciudad nos vomitó hacia un café donde un dolor con color de presagio hizo que huyéramos sobre una serpiente gris y neón hasta el refugio de Homero, donde Angelita nos consintió las neuronas mientras unos hombres del común escuchaban las historias de nosotras, ciber-Sherezades. Yo seguía mirando a Rouge y me reía mientras le decía que a mí me embuchaba la cerveza, que mis vicios consistían en garantizar el sabor de la sweet cocaína del doctor Kreutzër, a costa de lo que fuese. Luego ella sonreía y yo me inventaba historias increíbles. Pobres hombres los de esa noche –pensé–, estuvimos tan ebrias de salsa y del semen de Andrés, el caleño, que no pudimos más que escuchar a Morrison el de jazz y a El Cigala en la noche sórdida del centro.

Al otro día tuvimos que hacer el esfuerzo de pensar en Agustín de Hipona. Pzico despertó entre cariñosos gritos maternos, mientras yo, sola –sola yo, yo conmigo– asumía que mi padre, el notable militar, sufría un accidente en la Hacienda Los Buenos Aires, donde me enamoré de los caballos e hice el amor con el río. Sobreviví, porque él sobrevivió, y cabe anotar que mi enamoramiento incestuoso permanece intacto desde los tres años.

Al mediodía, en el triángulo de la city, peleé con un nabo que estuvo agrediendo a Punk Rouge, mientras le decía a un cura jesuita que aquel nefasto nabo turgente intentaba patear a Rouge y sacarla fuera de la junta de pensadores que nos reuníamos a pensar las tristezas de los otros y otras, e inventarnos caleidoscopios de victorias. “Nabo odia a Rouge”, le dije entre llantos de mandrágora. “Nabo ignora la capacidad de mi amiga.” Entonces, cura feliz me preguntó cuál era esa necesidad, y yo no le quise decir, porque esa es un arma que las afamadas de este blog, Pzico Bitch y Flora Loiranstein, guardan en sus agendas de Giger y Kahlo, compradas en la Taschen de la avenida Arroz con Leche, diagonal al edificio de Brain Babosa. Cura sacó una tajada a Nabo y preparó con ella una ensalada que nos ofreció como desagravio por el incidente.

Calles abajo encontramos a otros doctores compañeros de Kreutzër, que forman el Consejo de Hermosos Médicos Herbolarios. Humm… Pzico y yo los miramos con toda la voluptuosidad de la soledad femenina.

Terminamos en casa de Patricia Cooper, una bruja que en realidad se llama Ignamar y que preparó un brebaje a Pzico para dejar de ser Rouge y volverse Mermelade. Así que el lector o lectora sabrá que cuando hablo de Pzico, Pulmón, Bitch, Pink Tomate, ya no será más mi amada Rouge, sino Pzico Mermelade.

Mientras ella bebía la poción, tuve una pequeña batalla ideológica con Patricia Cooper. Exorcizo teum in nomine Christi. Tuve que quemarla en una hoguera con sacramentales antes de que me ensuciara mi vibración. Eso sí, me habló de Kreutzër, quien al día siguiente me llamó en la mañana y me contó las tristezas de la astronave, y de su despido del mundo del sueño, y de su nueva incorporación en el mundo médico del Dictador 100.

Oh, Pzico, Gustav, Anna y mi Kreutzër, todos al servicio de ese tirano… Más allá del bien y del mal, decidí que debía consentir a sus víctimas con chocolate y blues. Habría que estar listos, como los vikingos, para arribar la nieve y la lluvia.

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