Pam: La última vez
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Cuando Pam encontró al mago, no pensó que fuera a tener el final que tuvo. Todo empezó con una carta: un telegrama que llegó a casa y que recibió su papá. Tenía la carta en una mano y con la otra se acariciaba la barbilla y se acomodaba las gafas. Los telegramas, por lo general, tenían una sola línea, pero Pam veía cómo su padre leía y leía, y releía el texto como si estuviera descifrando las líneas de una obra incomprensible. —¿Pasa algo? —dijo Pam, atónita. Pero su padre era reservado, parsimonioso y lento. Se bajó las gafas y le sonrió con una sonrisota (que, según la madre de Pam, fue lo que la enamoró en la cancha de baloncesto), cerró la carta y se fue al segundo piso sin pronunciar palabra. Los silencios de papá eran una constante para Pam, así que descolgó el viejo teléfono naranja y llamó a su abuela Ana. —¿Abu? ¿Estás ahí? Su abuela respondió con tono alegre y aplomado: —Lucrecia Caballero, ya sé por qué llamas. El telegrama es porque tu abuelo ha muerto, y ...