La Justa Medida


Sobre el exceso. Las mujeres colombianas hemos sido criadas y esto ya lo han repetido hasta la saciedad, en la cultura cristiana y en sus poderosos valores. Nos han moldeado desde la culpa, con el miedo al pecado, con una admiración hacia los hombres y su papel de protectores. Nosotras, las cuidadoras, las niñeras, las que dan el afecto, las siempre dispuestas, las vírgenes marías. Esto ya es un lugar común. Sin embargo vengo aquí a hablar de cómo en este escenario de ser eso, las vírgenes marías que en el 99% de los casos no logramos serlo, convivimos con la tensión de liberarnos, de dar un paso hacia adelante. Quien ha estado pisoteado por tanto tiempo no sabe qué hacer con la libertad y lo peor le huye, prefiere quedarse atado, en una jaula, entre el dolor, pensando que el sacrificio purifica el alma y que la libertad le lleva inevitablemente a los excesos.

Nadie se imagina cómo vivimos las mujeres de la clase media, nosotras las educadas, las que hemos llegado al privilegio de los estudios doctorales, a ser profesoras, a asesorar políticas, o simplemente como en mi caso a trabajar con la gente. Pensamos todo el tiempo problemas sociales, intentamos publicar en revistas, a algunas las citan, les tienen respeto en la academia con todo lo difícil que eso supone, pero en la vida privada de las emociones continuamos cerrando la puerta como aquellas mujeres de siglos pasados. Estamos ahí esperando a que por fin se haga un click en el universo que nos tocó vivir y nuestra vida afectiva deje de ser un fango, un desastre, un ramillete selecto de las más odiadas vulneraciones hacia la persona.

Y las violencias aparecen no como golpes o como malas palabras, no como antes: ese marido alcohólico o perdido, que va de prostitutas o que se pierde en la bohemia, las violencias aparecen en los silencios cotidianos, en la ausencia de reconocimiento, en la negación total de la otra como una igual, y, como todas las violencias, en los abusos de poder, solo que aquí nos los comemos con miel y los pasamos con agua de rosas que preparamos nosotras mismas intentando que no duela tanto, considerando aguantar porque la gente merece.

Una amiga mía, a quien considero una de las mejores antropólogas de la nueva generación en mi país, trabaja la codependencia, ese tipo de mujeres que según los libros de autoayuda aman demasiado y que en mi concepto hacen parte del agape de sufrimientos que está presente en esa enfermedad colombiana que viene desde la colonia, la herida que se nos marcó en la frente y nos dejó así como estamos, siempre en vilo, siempre en pathos. Otras amigas me dicen que puedo tener esto, que todas nosotras somos codependientes, buscamos salvar, cuidar, rehabilitar, sentirnos necesitadas. Yo no se nada de psicología, tampoco se qué es la codependencia en sí, pero ahora que leo esos manuales porque mis amigas ya no soportan mis kilos perdidos, mis ojeras, mi enterna tristeza pese a una vida bonita en términos profesionales, me pongo a reparar en ello y me digo, bueno, lo que pasa es que yo ya me harté hasta de las violencias más pequeñas y sofisticadas, soy una chica sensible amo mucho esto es cierto, lo amo todo y puede que me duela todo también.

Aquí en Barcelona la última vez que estuve llevé mi vida hasta el exceso: amar, doler, llover, sentir, acabar, comenzar, comer, decir, beber, luchar. Ahora sólo estoy buscando la justa medida. Estoy un poco cansada de cosas como los mundos felices donde saltan ponys rosados o los panoramas desalentadores donde todos estamos condenados a la miseria y a la desolación, no soy una hippie ni una nihilista ¿por qué es tan difícil encontrar ese maravilloso punto medio del equilibrio? no me refiero a la parte política en donde prefiero las cuentas claras y las posiciones calientes o frias, hablo de la vida emocional y de la forma como percibimos y comprendemos las relaciones. Me cansé del exceso de amar con dolor o amar con un único placer, de llover o de estar permanentemente árida y luego de lo que sea, dolor o goce, de la señora culpa diciéndome que soy muy mala, una niña muy mala que no hace los deberes.

Elijo, si es que en este mundo de pocas elecciones verdaderas me lo permite, amarme. Es muy fácil caer en la egoteca de los blogs, de las fotos en facebook, decirle al mundo: mira aquí estoy, soy esto y lo otro, venderte como en una vitrina para que sepan cuan bella es tu vida, he aprendido a desconfiar de todo ello. Más bien quiero una cosa real, escribo sobre mi vida privada porque será parte de mis compulsiones de exhibicionista pero este lugar se me ha vuelto una bitácora terapeútica, un lugar para comprender a un fragmento de mi misma. Pues si, hoy que persigo la vida sana, buena y tranquila quiero una justa medida, uno siempre buscando que alguien lo haga feliz y sin ser feliz persé, al final uno tiene que comenzar a amarse para no enfermarse, llorar o reir cada día, poder perder y fracasar sin miedo y abrazarse como una mujer - mujer no como una mujer - víctima ni como una mujer - revanchista. Luego me quedo pensando y me digo ¡puch si que tengo fibra!

Comments

Anonymous said…
L
Anonymous said…
Revolución de la propia realidad luego Revolución cultural… Está en nuestras manos, pero depende de la voluntad…

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