Pam: las soledades de la tarde


Es esa hora cuando todos comienzan a hablar más lento de lo acostumbrado y a todas las chicas se les ve el peinado un poco más caído, como de medio lado y hecho una maraña sin sentido. Hora de eternos bostezos cuando el reloj no anda y Pam se mira las manos y luego el reloj y luego las manos y luego el reloj y luego las manos y luego el reloj. Tic toc tic tac toc tic dice Pam en su cabeza mientras el tablero, es una hoja blanca llena de pulgas otra vez sin sentido.


Es media tarde hora de salir a buscar el sol cobre. Pam como siempre tres chicles de fresa y cinco cuadras hacia el autobús. El último año de colegio ha logrado que su padre la saque de la ruta escolar y se va caminando buscando en el comercio algo interesante que la saque de la rutina. El blazer se amarra en la cintura, las mangas de la camisa suben hasta el codo, se bajan las miles de manillas de colores, se pone el labial rojo y los lentes de sol. Bogotá 1997. La falda de cuadros está un poco más arriba de la rodilla. Es posible que en medio de ese mundo de caos haya una mujercita de 16 años buscando la soledad, bueno siempre es sano estar solo cuando se tiene un walkman y suena la banda sonora de Reality Bites, así nadie se muere de tristeza sino que se camina por la gran ciudad viendo los vendedores de manillas, las mujeres con arepas y empanadas, el chico guapo y pobre que vende algodones de azúcar.


La soledad no es una, son muchas y cuando son deseadas son mejores, ¿quién se inventó que una mujer no puede estar sola? ¿Qué es lo que hace Pam en su soledad? No hacen falta más que algunos pasos para acabar con la rutina de la media tarde, a esa hora nacieron los poetas o por lo menos los estaban concibiendo piensa Pam ¿cómo es hacer el amor mientras entra el sol de las cinco? Imposible saberlo porque a esa hora termina la clase de cálculo ¿cómo será hacer el amor con Ethan Hawke o con Kurt Cobain? Imposible saberlo. Son varias las soledades, una es la soledad que ocurre después de la ausencia de algo o de alguien, es esa extraña sensación de saber que eso o esa o ese faltan y que no hay más futuro que el olvido o el espinoso recuerdo punzante y certero, pero al fin recuerdo. Otra es la soledad cuando se escapa de algo, de alguien o de sí, una especie de exilio de autoconservación, cuando la locura puede aconsejar y el encuentro con uno se vuelve una musa creativa. La otra soledad aparece cuando se quiere estar con varias personas pero en realidad no se está, esa es la soledad que Pam prefiere, quizás porque sabe a fruta madura en la calle, a risa de niño desconocido, a conversación con extraños, a beso en centro comercial con el mejor amigo del novio de la mejor amiga, pero al fin soledad.


Y da pena. Da pena que el sol de la tarde dure tan poco y que esa ausencia tenga que ser bebida a tragos grandes como si fuera el último día que el sol brilla, como si esa melancolía que lo pinta todo de colores tan humildes, de claroscuros tan cercanos a la propia esencia de la humanidad no existiera sino en ese efímero momento. Pam camina hacia una vendedora de risa bonita, le compra un dije de angelito que le recuerda El Cielo Sobre Berlín, se pone las gafas arriba sin dejar de mirar el dije que ahora se suspende entre su índice y su pulgar, Pam piensa que a Wenders también le deben gustar las soledades de la tarde, entre tanto, el mundo ya se ha vuelto azul de seis y media.

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