Tatiana: La realidad de las cosas

-Mejor no va por allá- dijo Amanda ajustándose el delantal, dispuesta a preparar el almuerzo, ya con una papá en la mano y el cuchillo en la otra, ya frunciendo el ceño como madre contrariada pero con voluntad de mando - usted no va por allá Tatiana, ese no es lugar para nadie, mire lo que le paso al señor Jesucristo, es mejor que digan aquí corrió un cobarde que aquí murió un valiente- Pero Tatiana amarró el bolso de tela construido con amor por Amanda y salió hacia la puerta como ráfaga, corrió tanto y a tanta velocidad que llegó hasta el paradero tres cuadras más allá y se subió al primer bus en menos de cinco minutos, pagó los 300 y le preguntó al chofer ¿esta va para el centro? el chofer la miró displiscente - ¿no vio el cartel que dice calle 19? Apretando las manos en la barra, de pie respirando agitada Tatiana Rodríguez iba hacia la casa de Juana, arriba en La Perseverancia, el barrio obrero, el que vengó la muerte de Gaitán, el que no permitió la Avenida de los Cerros.
La cosa comenzó años antes cuando Amanda ayudaba a cocinar en los mítines del barrio. Había que conseguir muchas cosas que faltaban, había que construir jardines, escuelas para los niños, en esos tiempos Victor organizó a la cuadra y luego a la de atrás y en un abrir y cerrar de ojos, ya todo el barrio estaba en la casa de Amanda, haciendo carteles, planeando cuáles hombres iban a ir a hablar con los políticos y a exigirles lo que no habían hecho, mientras las mujeres cocinaban, le ponían color a los carteles y los niños se quedaban mirando y corriendo por entre los cuartos de la casa. Victor, de cuando en cuando le acariciaba la mejilla a Tatiana -cómo está mi doctora - le decía y ella le ponía un trozo de soga con una piedra y se la ponía en el lado izquierdo del pecho - está muy bien señor Rodriguez usted tiene un corazón fuerte- En esos días Tatiana escuchaba a los viejos hablando de una posible esperanza, de una nueva política, de bajar a los que les habían dicho mentiras y les habían incumplido la escuela, el jardín y el pavimento de la cuadra.
La cosa se puso fea cuando comenzaron a llegar a cualquier hora del día los del gobierno a meterse en las casas, menos en la de Tatiana. Los mítines se acabaron, las voces no hablaban sino de la vida diaria y la vida pasó. Lo único que permaneció fue la reunión de las mujeres cocinando y comprando mercados para llevar al ferrocarril, porque decían que como la cosa estaba fea, las familias estaban viviendo al lado de los antiguos vagones y no tenían ni agua para pasar el día. Con el tiempo Tatiana asumió que la vida era dura, llena de silencios y de gritos, los de la gente del ferrocarril que se lanzaba hacia ellas pidiendo otra libra de arroz, -por favor- gritaban esas mujeres y esos niños, corriendo detrás de los carros que llegaban con la comida y entonces Amanda apretaba la boca y se le salía una lágrima, dice ella de ira, dice que de pura impotencia.
Las cosas fueron más claras con el paso del tiempo - ¡hasta llegar al colegio es complicado! - decía Tatiana, no sólo porque en el sur atrapar un bus en la mañana era una verdadera travesía sino porque en el último año las clases se habían reducido con locura, tocaba quedarse en la casa viendo como la gente se tomaba las calles y lloraba detrás del féretro de un líder y que duro porque Amanda se agarraba el pecho, lloraba con desconsuelo y Victor apretaba las manos en el sofá de la sala, guardaba silencio mirando a la deriva. Tatiana se agarraba a la cintura de Amanda y ella repetía entrecortado - es injusto Tatiana, es injusto-
Tatiana y las cosas. Las mujeres a los 16 tienen el corazón en la mano, el amor las desborda, las llena. El corazón de Tatiana estaba signado por esas cosas y los llantos, los ferétros, la vida diaria difícil, lo injusto que decía Amanda se volvió rabia en la hija. Uno puede hacer muchas cosas con la rabia, se la traga, la pone en el cuello, en los brazos, en el puro cuerpo, o la manda afuera, y el día en que Tatiana la pudo sacar fue ese día en que salió a la calle a comprar el pan y la gente corría hacia la plaza del barrio como si los estuviera impulsando un tornado, a donde van gritaba Tatiana con 500 pesos de pan. ¡vamos a la plaza del Ley! Esos corazones llenos de rabia, de silencio tenían voz en una masa de gente sin plata en el bolsillo, cansada de tanto muerto, la gente del barrio triste.
Allá conoció a Juana, tenía un megáfono y 30 años, corría detrás de la gente gritando rabias. Tatiana la siguió con el pan y Juana alta de pelo negro y vivo seguía alentando a la gente y la gente la seguía, cuando por fin se dio cuenta de Tatiana paró y la miró con sonrisa amplía -¿quiere el megáfono?- Tatiana ya no recuerda el pan en la mano, recuerda su grito por la plaza y luego dando la vuelta por la Super 7 y por el California, recuerda que le dieron las 6 de la tarde y que a lo lejos estaba Amanda unida en la masa, detrás de su hija, con el monedero en la mano con la risa en la cara, al lado de Doña Esther ambas como en los viejos tiempos dijeron después. A las siete ya estaban en la casa y Amanda le dijo a Tatiana que había estado bueno pero que se había acabado.
Juana y Tatiana el azar de las cosas. Con los días Tatiana aprendió que Juana había crecido en la Perseverancia y que allá las cosas siempre fueron feas. Le contó historias de antes, de un movimiento nuevo y de unas revistas que se quemaron cuando llegaron los de civil. Le contó sobre el teatro que creaba revoluciones, de la solidaridad y de otro mundo, el de los del sur, del centro y de la montaña nueva. Tatiana sabía de eso, abajo en el suroccidente siempre había mujeres cocinando, pintando y hombres con voz propia organizando. Tatiana, le dijo Juana, es hora de hacer algo con pinta de mujer, algo que cambie las cosas, que nos haga felices.
Por eso Tatiana salió como ráfaga, por las cosas Amanda se quedó mirando la estufa ese día y Victor le preguntó que para donde se había ido la muchacha y ella le dijo que para el curso de enfermería y que luego pasaría por la universidad a mirar lo del formulario. Victor sonrío ¡mi doctora! Amanda no sonrío pero por dentro ni se explicaba porque lo hacía, tal vez eran otros tiempos, talvez ya era hora de dejar de pelar papás y que las manos de las mujeres cargaran otros porvenires. Lo que pasó después es otra historia, esta es la de Tatiana y la realidad de las cosas.
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