toda la culpa la tiene el piano

Bogotá 2010 día del detenido desaparecido, estas fotos han permanecido en mi memoria desde que razono lo más preocupante es que cada año hay más rostros.
Sólo puedo entender mi país con un piano, es dulce y triste, un lugar como dijera Alejo lleno de fantasmas. Aveces no comprendo como seguimos vivos, como podemos vivir con tanta muerte rozándonos la oreja, aquí estamos y por las calles corre la guerra, una guerra que nunca termina y se disfraza, se pone de todos los colores mientras pisa cadáveres y mujeres solas. Ayer vi de nuevo mi país, su afán por olvidar, por decirse a sí mismo que no pasa nada para dormir tranquilo en la noche. Imagínese Colombia, inundada, llena de llanto, por aquí corren los ríos pero también corre la sangre, esto no es posible entenderlo porque se sale de cualquier lógica. Somos un país mágico sólo porque hablamos desde la locura, desde el hambre crónica, desde el dolor crónico y heredado generación tras generación como una maldición que no cesa, que nunca va a terminar.
Imagínese Colombia, no somos sólo una selva inhóspita, aquí en la ciudad usted encuentra desde el dulce snobismo de la bohemia intelectual, hasta calles con Hugo Boss y Ermenegildo Zegna, aquí puede comprar Dolce Gabbana, aquí encuentra lo que quiera y en tres minutos aparece la guerra no como las bombas y los desórdenes de las grandes guerras, sino como las eternas: un campesino pidiendo una moneda, una madre indígena tirada en el suelo, un niño vendiéndole dulces. Si se detiene a mirar las mágicas montañas de Bogotá, que la rodean como si viviésemos - y eso lo decimos desde niños - dentro de un volcán, verá que están llenas de casas muy pobres y casas muy lujosas. Nosotros los de los polos, los de los blancos y negros, nosotros los colombianos que nos quedamos con la gloria del café y de las mujeres hermosas y nos creímos esa ficción para no ver a nuestro lado la profunda devastación que la cotidianidad nos habla. Somos un país enfermo, nos armamos del arte y de los colores para cubrir la sangre sobre la que caminamos.
Me declaro una apasionada por mi país, lo amo tan enfermizamente como el piano en Chopin y Bethoveen. Amo este tierrero, este país de nadie, esta ciudad fea y rota. Aprendí a valorar cada cosa hermosa que sucede por más pequeña que sea, la disfruto con ánimos excesivos. Algunas veces como hace dos días no me levanto de la tristeza que me produce y en otros como ayer y hoy le doy la cara y la lucha. No podría haber nacido en otro lugar, ni en otra clase, ni con otros ojos. Mi patrimonio son estos años de ver la realidad e intentar comprenderla y no me canso porque me hace irremediablemente feliz aún cuando lo que veo pueda causar tanto sufrimiento. Y cuando no puedo más, esta la literatura y cuando me canso está la música y cuando me derribo están los otros, las otras y ustedes que leen este blog. Toda la culpa la tiene el piano que me hace tan proclive a sentir intravenosamente.
Comments