de vestidos, pasteles y cafés

Esta semana continué con esa necesidad de escuchar. Me senté con muchas mujeres, con algunas encendí y apagué cigarrillos me mojé los labios en un café sin azúcar, un glorioso café colombiano muy amargo al frente de la Universidad. Por esas mujeres no fui a mis clases pero escucharlas fue como abrir un baúl, uno de esos donde la abuela guardaba botones, fotografías y libros. Me hablaron de la increíble contradicción entre ser intelectuales y justificar la bondad del patriarcado, hablamos de vestidos de novia, de los pantalones del marido, de lavadoras y de consultorías internacionales, pensamos que claro, eran los treinta que habían llegado, a decir verdad, las prefiero como eran antes, en 1996 una de ellas se presentó diciendo su nombre y asegurando que era atea, la otra tenía un tatuaje azul en la muñeca y usaba unas hermosas sandalias con medias de colores, ahora son adultas, creo que me gustaba ese brillo de la conjugación entre Cioran y las velas de new age que ambas representaban. Ahora son exitosas y tradicionales, no, no es tiempo para perder el brillo.
El viernes pedí unas cervezas en Sophia, me senté con otras dos princesas de carne y hueso. Me contaron historias de antes, de hombres monstruos que las devoraron entre el silencio de la tarde, de niñeras pervertidas, de novios celosos y maltratadores, del peso de ser chica, de lo odioso que era crecer entre varones, del poder de la diferencia, de la locura del amor...me gustaron mucho. Una de ellas sin ser socióloga ni activista, sin ser feminista, con sus hermosos ojos transparentes y su valentía de 20 años, me habló de la autonomía, de poder ser, de la confianza y de la capacidad de decir no, la otra me demostró que no hay límites para comenzar de nuevo, para levantarse y para darse cuenta que las apariencias son sólo espejos rotos e inconexos.
Yo pensé esta semana que casarse era una gran cagada, que uno no puede hacer eso porque una mujer emancipada se vería ridícula y encadenada. Pensé también que tener hijos era una esclavitud que escondía esa tontería del altruismo y del sacrificio, otra mentira para tapar que no podemos hacernos cargo de nosotras mismas y que tenemos que escondernos en un hijo para soportar la gran desventura del aburrimiento, nos hicieron madres - me dije- para poder ocuparnos en la oscuridad de la casa, mientras que afuera para los hombres cada día era una aventura. Pensé que las intelectuales colombianas no pueden deshacerse del aprendizaje de la mujer tradicional y aprendí también que mi cara de adolescente y mi postura de chica rebelde hace que ninguna persona me crea, entré en shock, regresó la migraña, las discusiones y la nausea.
Pero luego, pensé que al diablo con las feministas, con las intelectuales y con aquellas que odian los vestidos, al diablo con las sumisas que aman los protocolos y los ritos vacíos, al diablo con el estatus y con las irreverencia. Aquí estoy yo, sí, yo que soy un poco de todo eso, yo que haré como siempre lo que me viene en gana y una de esas cosas es poder abrir los brazos y cumplir sueños, a mis mujeres las amo, las protejo y las cuido, después de todo creo que la solidaridad no es una mentira y que casarse, tener hijos o lavar platos puede suceder sin que sea una cadena o una liberación. Tengo suerte de tener un compañero libertario y tengo suerte de ser una agüita tibia, no soy perfecta y estoy un poco loca como todas nosotras.
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