CARMEN

Mutiscua, en Santander del Norte, tiene los cerros de mármol, de allí salieron los mármoles para las casas de los ricos del siglo XIX, y porqué no, de los Narcos del siglo XX. Pero del pueblo también salió Carmen Rivera, de una familia agricultora, pero no de los terratenientes Villamizar ni de los científicos Rochereau, Carmen era de los Rivera Contreras, ni ricos ni pobres, pero con un común denominador con los otros: conservadores, godos azules seguidores de la Iglesia Católica y de las buenas costumbres, una de ellas, casar a las señoritas con Caballeros adinerados y salvaguardar el honor y de paso la economía familiar.
Nadie sabe de dónde venían los Rivera, decían que el abuelo tenía facciones aindiadas, mientras que la abuela cargaba un aire gitano y se sabía que la sangre española corría por sus venas, que además por eso se les facilitaban las artes ocultas aunque lo negaran después porque los curas decían que era pecado. En todo caso cuentan que en la Quebrada de la Plata, había caído una mujer Contreras, que la muchacha se había ido con el ejército comunero a librar la independencia, pero justo en esas lides, quedó preñada de uno de los líderes y al opositor se le facilitó herirla, ella, caminó toda la provincia de GArcía Rovira, pero se venció en el riachuelo y su cuerpo fue a dar a la desembocadura del Zulia. Dicen que ella es la comadrona de las mujeres que llevan su sangre, pero que además también sacan la pasión revolucionaria.
Por esa misma razón y por ninguna otra Carmen tendría que dar batalla a su amor imposible: Alfonso Serrano. La Santandereana de huracán, de trenza negra, poderosa y fuerte, era llevada hacia Pamplona, por un lado porque la situación de la familia tenía como destino la suerte y a lo mejor, la siguiente escala sería Cúcuta y por otro porque la casarían con un Suárez, que llevaba estirpe española y alemana y que además tenía terrenos para vender, producir y reproducir, así que la señorita Carmen tendría que cometer la buena práctica de casarse sin amar.
Al contrario, se lanzó a la tristeza por un día, se tomó un trago fuerte y seco, se limpió las lágrimas con los frailejones y se quedó esperando para la fuga, Alfonso le dijo: -usted se queda quieta tranquilita, hace como que no ha pasado nada, sale al mercado con un canasto donde lleva la ropa necesaria para huir a Venezuela y entonces yo la espero en un camión ahí detrás de la Normal, la espero a las 8:00 si no llega a la hora entenderé que no se va conmigo- Carmen se mordió los labios e imaginó que dormía en los brazos de Alfonso y cantó con su voz fuerte: lo que quieras de ti te lo doy, pero no te devuelvo tus besos, porque en el fondo sabía que esas cosas de cuentos, cosas bonitas donde comen perdices y viven felices es pura charlatanería barata.
Aún así amaneció al frío pamplones, se trenzó ese pelo de mujer bonita y se fue caminando, vestido de flores, caminado de comunera, pisando fuerte, hasta que en la mitad sintió un halón fuerte en la nuca, la trenza sirvió para encadenarla a Norte de Santander y vio como se alejó el camión, su grito hizo temblar la montaña. El padre no permitió la afrenta y la casó al domingo siguiente, obligada y miserable. La rabia de la primera Contreras, la hizo romper el vestido, patear las puertas, arañar al marido para que no se consumara el matrimonio, pero como a toda mujer que se resiste, que pelea contra la moral y el deber, la domaron los golpes. El, el esposo, pensaba que no había otra manera de hacerse respetar, pero por dentro había nobleza y dolor por maltratar, no quería, pero si no lo hacía el que perdería el honor era él y ya suficiente tenía con que dudaran de su hombría por su excesiva ternura con los animales y los niños.
De ahí para allá, ambos lloraron tener que haberse casado, unos meses después la prestigiosa familia Suárez que reproducía rubios y pelirojos en esa tierra de indios chitareros, era culpada de haber incendiado las tierras de los conservadores, los Suárez, resultaron además de monos, liberales rojos. en una semana, Epifanio el esposo, no tenía tierras y sí un matrimonio que ya no valía sino una casa de adobe, con siete cueros y flores por doquier. Él se refugió en sus silencios, Ella nunca olvidaba a Alfonso, pero firme como los Estoraques y vacia como el Cañon del Chicamocha, se amarró esos pantalones negados para las mujeres de mitad de siglo, y se convirtió en leyenda.
Allá iba la Carmen, con sus niñas bonitas y sus hijos guapos, desde la mañana cuidando el ganado, comerciando quesos, intercambiando mercancías, poniendo bonitas a las muchachas para conseguirles buen partido, enseñando las virtudes de los negocios a los muchachos para que hicieran empresa o cualquier cosa que los sacara de esa pobreza, de la violencia, de Pamplona.
Siempre con la camándula rezando ave marías, siempre en el baile cantando boleros, arriesgada a conquistar las cantinas para divertirse como un varón, por qué habría de sentirse culpable? si además treinta años después todas las mujeres tomarían y cantarían igual que ella, no era su responsabilidad ir treinta años avanzada. Amiga de los hombres, con humor inigualable, con mano pesada y con dos dones peculiares: cantar y narrar cuentos.
De la alianza entre los Suárez Rivera nacieron Camilo el rubio, Sofía la dulce, Helena la linda, Angélica la poeta, Lucila la guerrera, Francisco el caminante, Alba la negociante, Argemiro el ermitaño, Estela la Pequeña y Alfonso... más dos fallecidos, todos ellos tuvieron hijos, la mitad rubios y la mitad morenos, tuvieron hijas, rubias y morenas y esas son las que hoy cuentan la historia.
Nadie sabe de dónde venían los Rivera, decían que el abuelo tenía facciones aindiadas, mientras que la abuela cargaba un aire gitano y se sabía que la sangre española corría por sus venas, que además por eso se les facilitaban las artes ocultas aunque lo negaran después porque los curas decían que era pecado. En todo caso cuentan que en la Quebrada de la Plata, había caído una mujer Contreras, que la muchacha se había ido con el ejército comunero a librar la independencia, pero justo en esas lides, quedó preñada de uno de los líderes y al opositor se le facilitó herirla, ella, caminó toda la provincia de GArcía Rovira, pero se venció en el riachuelo y su cuerpo fue a dar a la desembocadura del Zulia. Dicen que ella es la comadrona de las mujeres que llevan su sangre, pero que además también sacan la pasión revolucionaria.
Por esa misma razón y por ninguna otra Carmen tendría que dar batalla a su amor imposible: Alfonso Serrano. La Santandereana de huracán, de trenza negra, poderosa y fuerte, era llevada hacia Pamplona, por un lado porque la situación de la familia tenía como destino la suerte y a lo mejor, la siguiente escala sería Cúcuta y por otro porque la casarían con un Suárez, que llevaba estirpe española y alemana y que además tenía terrenos para vender, producir y reproducir, así que la señorita Carmen tendría que cometer la buena práctica de casarse sin amar.
Al contrario, se lanzó a la tristeza por un día, se tomó un trago fuerte y seco, se limpió las lágrimas con los frailejones y se quedó esperando para la fuga, Alfonso le dijo: -usted se queda quieta tranquilita, hace como que no ha pasado nada, sale al mercado con un canasto donde lleva la ropa necesaria para huir a Venezuela y entonces yo la espero en un camión ahí detrás de la Normal, la espero a las 8:00 si no llega a la hora entenderé que no se va conmigo- Carmen se mordió los labios e imaginó que dormía en los brazos de Alfonso y cantó con su voz fuerte: lo que quieras de ti te lo doy, pero no te devuelvo tus besos, porque en el fondo sabía que esas cosas de cuentos, cosas bonitas donde comen perdices y viven felices es pura charlatanería barata.
Aún así amaneció al frío pamplones, se trenzó ese pelo de mujer bonita y se fue caminando, vestido de flores, caminado de comunera, pisando fuerte, hasta que en la mitad sintió un halón fuerte en la nuca, la trenza sirvió para encadenarla a Norte de Santander y vio como se alejó el camión, su grito hizo temblar la montaña. El padre no permitió la afrenta y la casó al domingo siguiente, obligada y miserable. La rabia de la primera Contreras, la hizo romper el vestido, patear las puertas, arañar al marido para que no se consumara el matrimonio, pero como a toda mujer que se resiste, que pelea contra la moral y el deber, la domaron los golpes. El, el esposo, pensaba que no había otra manera de hacerse respetar, pero por dentro había nobleza y dolor por maltratar, no quería, pero si no lo hacía el que perdería el honor era él y ya suficiente tenía con que dudaran de su hombría por su excesiva ternura con los animales y los niños.
De ahí para allá, ambos lloraron tener que haberse casado, unos meses después la prestigiosa familia Suárez que reproducía rubios y pelirojos en esa tierra de indios chitareros, era culpada de haber incendiado las tierras de los conservadores, los Suárez, resultaron además de monos, liberales rojos. en una semana, Epifanio el esposo, no tenía tierras y sí un matrimonio que ya no valía sino una casa de adobe, con siete cueros y flores por doquier. Él se refugió en sus silencios, Ella nunca olvidaba a Alfonso, pero firme como los Estoraques y vacia como el Cañon del Chicamocha, se amarró esos pantalones negados para las mujeres de mitad de siglo, y se convirtió en leyenda.
Allá iba la Carmen, con sus niñas bonitas y sus hijos guapos, desde la mañana cuidando el ganado, comerciando quesos, intercambiando mercancías, poniendo bonitas a las muchachas para conseguirles buen partido, enseñando las virtudes de los negocios a los muchachos para que hicieran empresa o cualquier cosa que los sacara de esa pobreza, de la violencia, de Pamplona.
Siempre con la camándula rezando ave marías, siempre en el baile cantando boleros, arriesgada a conquistar las cantinas para divertirse como un varón, por qué habría de sentirse culpable? si además treinta años después todas las mujeres tomarían y cantarían igual que ella, no era su responsabilidad ir treinta años avanzada. Amiga de los hombres, con humor inigualable, con mano pesada y con dos dones peculiares: cantar y narrar cuentos.
De la alianza entre los Suárez Rivera nacieron Camilo el rubio, Sofía la dulce, Helena la linda, Angélica la poeta, Lucila la guerrera, Francisco el caminante, Alba la negociante, Argemiro el ermitaño, Estela la Pequeña y Alfonso... más dos fallecidos, todos ellos tuvieron hijos, la mitad rubios y la mitad morenos, tuvieron hijas, rubias y morenas y esas son las que hoy cuentan la historia.
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