

Pertenezco a un lugar y el cuerpo siente la lejanía y entonces se enferma. Por eso la aventura de estar en Berlín es más dura de pasar cuando se está en un frío de - 10 grados, me duelen un poco las manos y no consigo satisfacción. Hoy salió el sol y por primera vez en mi estadía en Europa me levanté temprano, vi un rayito que entró por la ventana y emocionada comencé el día. En Berlín soy una uva pasa seca y arrugada, anoche tuve la sensación que mi cuerpo era el de una mujer de sesenta años. Me miro en el espejo y veo a una de cuarenta, se me pierden los 27 entre este helaje insoportable, parezco un esperpento sin bestiario.
Como no soy ni estoy, me agoto de ser una máscara sin expresión, pero no hay salida, brindó porque algún día vuelva a sentir un poco de calor en la piel. No es lo mismo.
Después de una sobrexposición al frio alemán y a la Humedad del mediterraneo me pregunto como he sobrevivido a la manigua latinoamericana, a sus mosquitos, al subdesarrollo. Concluyo. Definitivamente soy del tercer mundo y así soy feliz. Mientras vivo la etapa del desarraigo y la adaptación, tengo un dolor constante en el vientre y soy una mujer perdida. El frío me conecta a la primera vez que llegué a Bogotá, a los días de soledad constante, a que me desgarraran el corazón y la cintura.
Si me salvo, seré una heroina más inmigrante y serena, tengo la intuición de estar envejeciendo, nunca había sentido temor por eso, pero ahora tengo miedo de seguir arrugándome y de oler a muerte porque huelo a cementerio. Sí me quedo aquí, me voy a morir de eso estoy totalmente segura, por eso agradezco al cielo que me hayan dado permiso hasta el 26 de diciembre, hasta entonces volveré a Barcelona y el mar me contará historias del caribe.
Me entristece no devolverle a la Berlín lo que se merece, es una ciudad absolutamente hermosa, no es triste como Bogotá, es alegre a pesar de su clima de mierda, no quiero salir de esta calle, estoy a pocas cuadras del Museo Judío en el apartamento del hermano de Iván, con una atención y un cariño que hace que soporte el helaje y sin embargo... que estúpidez no poder salir, me invitan a comerme la ciudad y como un onisco me enrrosco entre una cobija naranja, con este dolor de vientre, esta cara de niña envejecida, esta explosión de depresión post duelo. So dark, so down, aveces salgo y veo arte, y ni eso me motiva. ESTOY EN BERLÏN, ajck, por qué no puedo emborracharme en un bar y olvidarme de este frío del demonio?
Al final, pongo un blues de El Bloque y recuerdo a mi ciudad, no cambio a Bogotá por ninguna, no la abandono y pienso que si algún día regreso, me voy a tomar una chapinero porter, voy a ir a visitar a lucesita a la 4 con 53, voy a comer en La Macarena y voy a comprar el mercado a la Plaza. He pospuesto mi idea de tener un hijo y quiero un perro con un nombre sonoro, ahhh, cuando vuelva... mientras tanto saco fuerzas de donde no hay para conquistar a Berlín, estoy segura que volveré en verano para reafirmar lo ya pensado, Es un allegro.
Como no soy ni estoy, me agoto de ser una máscara sin expresión, pero no hay salida, brindó porque algún día vuelva a sentir un poco de calor en la piel. No es lo mismo.
Después de una sobrexposición al frio alemán y a la Humedad del mediterraneo me pregunto como he sobrevivido a la manigua latinoamericana, a sus mosquitos, al subdesarrollo. Concluyo. Definitivamente soy del tercer mundo y así soy feliz. Mientras vivo la etapa del desarraigo y la adaptación, tengo un dolor constante en el vientre y soy una mujer perdida. El frío me conecta a la primera vez que llegué a Bogotá, a los días de soledad constante, a que me desgarraran el corazón y la cintura.
Si me salvo, seré una heroina más inmigrante y serena, tengo la intuición de estar envejeciendo, nunca había sentido temor por eso, pero ahora tengo miedo de seguir arrugándome y de oler a muerte porque huelo a cementerio. Sí me quedo aquí, me voy a morir de eso estoy totalmente segura, por eso agradezco al cielo que me hayan dado permiso hasta el 26 de diciembre, hasta entonces volveré a Barcelona y el mar me contará historias del caribe.
Me entristece no devolverle a la Berlín lo que se merece, es una ciudad absolutamente hermosa, no es triste como Bogotá, es alegre a pesar de su clima de mierda, no quiero salir de esta calle, estoy a pocas cuadras del Museo Judío en el apartamento del hermano de Iván, con una atención y un cariño que hace que soporte el helaje y sin embargo... que estúpidez no poder salir, me invitan a comerme la ciudad y como un onisco me enrrosco entre una cobija naranja, con este dolor de vientre, esta cara de niña envejecida, esta explosión de depresión post duelo. So dark, so down, aveces salgo y veo arte, y ni eso me motiva. ESTOY EN BERLÏN, ajck, por qué no puedo emborracharme en un bar y olvidarme de este frío del demonio?
Al final, pongo un blues de El Bloque y recuerdo a mi ciudad, no cambio a Bogotá por ninguna, no la abandono y pienso que si algún día regreso, me voy a tomar una chapinero porter, voy a ir a visitar a lucesita a la 4 con 53, voy a comer en La Macarena y voy a comprar el mercado a la Plaza. He pospuesto mi idea de tener un hijo y quiero un perro con un nombre sonoro, ahhh, cuando vuelva... mientras tanto saco fuerzas de donde no hay para conquistar a Berlín, estoy segura que volveré en verano para reafirmar lo ya pensado, Es un allegro.
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