SUBLIMES PRESAGIOS

Flora se sirve un merlot en la copa de la abuela. Toma solo un poco y pone ese viejo disco que tanto le gusta. Baila un poco en la habitación de los libros. Piensa que quizás el día lluvioso podría traerle buenos recuerdos. Se sienta y encuentra una carta de citación a una entrevista:
Srta. Lorenstein:
La esperamos este martes para que defina su futuro.
Acérquese a nuestras oficinas en la calle de la Espera, número 2310.
Cordial saludo,
C.G.E.C
Flora, detenida en el tiempo. Sonríe. Llora. Calla. Al lado de la mesa hay un florero con una margarita.Sus pies están tan fríos como una cebolla congelada. Sigue escuchando a Richard Whiting. Enciende un cigarrillo. Ve caer la lluvia. El claroscuro de la tarde la descubre como una sombra de ilusiones. us labios, un poco morados, se parecen a esa canción triste que ahora suena. Se muerde un poco… Oh, My Foolish Heart, cómo pesan esos sueños grises. Pero, en todo caso, piensa que las horas pasarán hasta el martes como sublimes presagios, y que hasta entonces decidirá cuál es el estado de su futuro.
Con la voz de Daughter Margaret sonando, se mira en el espejo de la vieja casa del Sendero. Busca señales de cambio, algo que se haya transformado desde la última vez que fue a la calle de la Espera. Encuentra tantas cicatrices de pasados. Tantos besos regados por su cuello, que como siempre, en la rutina de los domingos, los limpia con un pañuelo blanco, con bordados de no me olvides. Lo arruga en su mano y lo deja caer al suelo. Y los besos, entrelazados todos, al derramarse, suenan como cristales que se rompen. Los vecinos, que no saben, piensan que Flora ha roto otra de las piezas de su vajilla de té. Por eso entienden que salga al balcón con un pocillo desorejado que toma con sus dos manos.
Pero Flora hoy brinda. Brinda por el tiempo desencantado, por los besos que se quiebran en el piso, y por la carta al lado de la margarita.
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