sweet sahumerio

Con mi camisa pequeña y mis calzoncitos setenteros bailé Strawberry Fields Forever al tiempo que lavaba mis dientes. El día comenzó con esa soledad de vivir en mi casa de ladrillo, saltando por todos sus rincones descalza, porque el sol entró por todas mis ventanas y, de tanto bailar, ya eran las diez de la mañana y en mi oficina mi jefe me pedía a gritos desesperados.
Seguí cantando todo el día con una vibra maravillosa, absolutamente infantil. Caminé por el Centro Internacional, saludé a todos los que me decían piropos, regalé flores, doné turnos en el banco, sonreí hasta el cansancio y hasta me confesé en la iglesia y me puse la ceniza.
Esperé a que apareciera un conejo blanco y me llevara a algún lugar mágico, pero en cambio encontré a mis Consejos Locales de Juventud en la Asesoría Financiera. También los amé, porque amé todo hoy y la vida me dijo: baby, el amor sí existe, o si no ¿por qué sonríes tanto? Y yo le respondí que era la música que me hacía el amor y que no me importaba más sino esa melodía eterna en mi cerebro desquiciado.
Yo soy una cosa seria, ya no estoy sufriendo y florezco como el naranjo, como en las luces de Renoir, en un blues meloso o en el pecho de mi amante. Luego cociné crêpes con Canada Dry, comí con Ozzy —mi cuadrúpedo comprensivus— y me senté aquí…
Queridos y queridas, como dijeran Aretha y Louis: ¿después de todo, no es este un día amoroso?
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