no era muerte sino sombra lo que le cruzaba la cara

Que yo estuviera con una cara de no satisfaction no fue una coincidencia, porque descubrí —como por arte de magia— que aquel que se hacía llamar mi dulce doctor K. tan sólo era un usurpador de su nombre.Considerando ese detalle, me encontré con Mermelade y decidimos que dejaríamos un momento a Andrés y a Simone, y que luego volveríamos a enamorarnos de ellos en unas semanas. Quisimos morirnos, y entonces comimos torta de chocolate con cucarachas y motas de tristeza.

Al final de la tarde concluíamos proyectos acerca de cómo llamaríamos nuestra corporación de utopías. Esto de ser pensador es complicado, man, es como responsabilizarse de todas las desgracias del real world y tener que escupir intensas soluciones. Al fin y al cabo, ella terminó en Misfits gritando el nombre de Razón de Vivir y diluviando en una estación de Transmilenio. Yo seguí mi camino hacia el encuentro con Gustav, quien se escondió en mi sonrisa y no permitió que avanzara en esas lides de la pasión. Mejor, me dije, así limpiamos esta alma cansada de tanto chocolate.

Ayer nada más, tomamos un café con Alejandro. Pobre, es indudablemente nuevo, lo cual solo me produce una incontrolable náusea. A la tarde, Julio, Diana, Paola, Miller, Alejandro, Pzico y yo estábamos en el Gato Gris pensando en Gala, Éluard, Bretón, Dalí… qué cosa estas mujeres inconformes. Pero yo pensé: baby, yo tampoco consigo satisfacción. De manera que enfrenté al usurpador armada de dos copas de Casillero del Diablo. Le dije: “me voy de vos”, y pues obviamente me di cuenta de que tan sólo era un cualquiera con sufrimientos. Man, no hay un corazón que valga la pena.

Brindamos por la equidad de género mientras cantaban algo en portugués. Tuve que lanzar a Alejandro por la ventana, no soporté su absoluta ingenuidad, y luego Julio y yo nos subimos a un autobús rumbo a la casa de la enredadera.

Hoy estoy aquí, bebiéndome a sorbos la soledad del centro, esperando a Gustav para almorzar en Bulevar Sésamo. Mañana inicio mis clases de danza contemporánea y, en silencio, lloro por mi Magritte prostituido y por mi cuerpecito que pide a gritos de fiera desahuciada un guerrero lo suficientemente hombre para amarme tras las cortinas del museo.

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