Enseñar es subversivo y mejora la salud

Yo tenía 22 cuándo comencé a dar clases, no sabía la fuerza que tenía pararse frente a los incrédulos estudiantes que me miraban con desconfianza, me temblaban las manos, se me quebraba la voz. Tres días antes había preparado una clase introductoria sobre el sistema social simple y el sistema social complejo, sabía de eso, había pasado cinco años de sociología y me gustaba hablar en el barrio y como siempre... contar historias. Después de ese día, día fundador de esta vida de 29 años, el mundo ya no fue el mismo. Comencé a comprender que el acto de enseñar era la posibilidad de construir, se me venían las ideas como una tormenta, recordaba las palabras de algún profe de antropología que me había dicho que las mujeres tenemos el don de nombrar el mundo y los rostros de los estudiantes me parecieron islas de futuro, espacios de esperanza. Ese día cuando cerré la puerta y me despedí, me di cuenta que era la mujer más feliz del mundo, que había encontrado una vocación. De las tardes de m...